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ASTEA MUNDUAN

Los tamiles, otro pueblo sacrificado en el altar de la geopolítica

Dabid LAZKANOITURBURU

Periodista

La perla del Índico, la lagrima de India, el paraíso de Ceilán se ha convertido estos meses en un Infierno de Dante ante nuestros propios ojos y la indiferencia general de ese Occidente para el que «ninguna idea, por importante que sea, merece el precio de una vida».

10.000 civiles muertos en la ofensiva militar del Ejército cingalés. Otros 20.000 exterminados tras la victoria militar de Colombo según denuncian varios informes. Mujeres degolladas en los campos de concentración en los que Sri Lanka ha hacinado, por lo menos «hasta final de año», a 250.000 tamiles por el simple hecho de ser eso, tamiles.

Cientos de niñas y niños han desaparecido, se teme que secuestrados por los militares y paramilitares tras la muerte de sus progenitores.

¿Que la vida humana no tiene precio? Para China bien han valido los muertos en su proyecto de garantizarse el tránsito por el estrecho de Palk (entre India y la isla). El fuego de artillería made in Beijing se ha demostrado eficaz para acabar, de momento, con un movimiento, el de los tigres, que era reconocido como invencible.

Invencible en un escenario de guerra asimétrica, pero al fin y al cabo guerra. No ante una ofensiva de puro y simple exterminio que ha contado, y eso ha sido definitivo, con el permiso de Occidente, el mismo que sirvió a Rusia para convertir Chechenia en un cementerio.

El problema es que los muertos tienen la siempre inoportuna tendencia a resucitar. Y lo hacen de forma inapropiada. ¿Ninguna idea merece una vida?. Ningún muerto merece el olvido. Aunque sea tamil.

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