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Raimundo Fitero

Por ley

La otra madrugada, mientras en una cadena aparecían dos espectros políticos discutiendo sobre sus próximos sueldos, dietas y vacaciones pagadas con el nombre de Europa en el fondo del panel, en otra cadena hacían un refrito de momentos supuestamente graciosos o muy graciosos de la historia de la televisión, en La 2, nuestra pobrecita cadena que fue para una inmensa minoría, por cumplimiento de la ley vigente, se convertía en una sesión tremenda de spots publicitarios de los partidos políticos, las coaliciones, las agrupaciones que concurren a las elecciones al Parlamento Europeo del próximo 7 de junio.

Por ley, todos tienen sus minutos de gloria televisiva, y los utilizan para demostrarnos que la igualdad en cuanto a posibilidades de hacer minuto y medio de propaganda electoral es algo tangible, que basta con un poco de paciencia y medios rudimentarios para mandar a quien corresponda ese anuncio, esos mensajes, y ocupar un espacio radioeléctrico para difundir ideas, consignas o simplemente para cumplir con un destino en lo universal, sin más intención que esa aparición, esa ascensión al parnaso de los medias. Sinceramente si alguna vez sufren la tentación de ver de un tirón las horas de anuncios electorales de las opciones minoritarias, pueden sufrir graves consecuencias para su salud mental, para su autoestima política, y les puede llevar a renegar de estas formas obsoletas de hacer campañas. Existen tantos partidos de ultra derecha, tantos iluminados, tantas familias, patrias y hasta protectores de animales, que un telespectador poco avezado podría pensar que estaba asistiendo a un documental de recortes televisivos sobre la antropología política extremista. Es descomunal, da vértigo.

Colocados en este otro lado del espejo cabe preguntarse, ¿se contabilizan en el medidor de audiencias estos anuncios? Digo yo que podría ser una herramienta más para los vaticinadores y sondeos. Porque si La 2 tiene unos porcentajes bajísimos, me temo que con estos servicios públicos por ley, su caída de audiencia sea vertiginosa e irreparable. Los cara a cara de los (¿las?) dos caras de los partidos hegemónicos tampoco alegran demasiado el panorama.

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