Ariane Kamio Periodista
Mejor que sea Dios el que reparta justicia
En demasiadas ocasiones se ha condenado a justos a pagar por pecadores, aun sabiendo que alguien ha quedado exento de culpa y se libra de la imposición de un castigo. No más allá de nuestras fronteras -también impuestas en un marco donde los justos siguen pagando por los pecadores- se va extendiendo una nueva forma de castigo donde los justos siguen pagando lo injusto, y los pecadores van desapareciendo de un mapa que, más que reflejar un país, apunta maneras de batallista soberano (como los toros que todavía se ven junto a algunas carreteras).
No se trata de hablar del Estado español y de su «pelea» contra Euskal Herria; sino de su forma de repartir justicia y de su manera de demostrar la independencia del Poder Judicial. Si antes era necesario un culpable para que los justos fueran «apaleados» sin ápice de cordura, ahora basta con criminalizar cualquier movimiento para convertir el castigo en costumbre y repetir el ritual una y otra vez.
A pesar de que su proceso comenzase hace ya algunos años, el Tribunal Supremo hizo firme la sentencia del macroproceso 18/98. Tras un primer fallo remitido por la Audiencia Nacional, el Supremo ha rebajado el resultado en la prórroga, y ha presidido un arbitraje que, de manera más directa, ha reducido el número de tarjetas amarillas. El encuentro se ha resuelto en la tanda de penaltis; nueve fuera, y el resto dentro de la red. La victoria se ha quedado en sus manos, y la goleada ha sido aún considerable.
Esperemos que en pocas horas veamos a alguno abandonando el terreno de juego aunque la mayoría tendrá que quedarse arreglando el césped. Con mucho justo injusticiado, parece que el dream-team del 18/98 ha sido condenado a quedarse en el banquillo. Ongi etorri a los que salen, y ánimo a los que se quedan y, desde mi ateísmo, que de aquí en adelante sea Dios quien reparta justicia, que al menos sabemos que aprieta pero no ahoga.