Uno de los emblemas osasunistas de la última década se despedirá este domingo de la que ha sido su afición y del estadio en el que ha vivido momentos gloriosos y también, por qué no decirlo, más de una decepción. Acompañado de su familia, directiva, su compañero de plantilla Patxi Puñal y algunos veteranos futbolistas rojillos, César Cruchaga confirmó públicamente lo que ya era un secreto a voces desde hace varios meses.

Sus 35 años y los reiterados problemas que ha venido padeciendo en su maltrecha rodilla, afectada por una dolencia de carácter degenerativo, han provocado la decisión. De hecho, el de Ezkaroze desveló que, con la llegada de Camacho, le comentó al técnico murciano que si el tratamiento a base de infiltraciones que estaba recibiendo no tenía efectos beneficiosos ponía a disposición del club su ficha para poder incorporar a algún otro jugador en el mercado invernal.

Sin embargo, el tramo final de la temporada se ha desarrollado de manera inesperada y su articulación no le va a impedir al «gran capitán» marcharse por la puerta grande, siendo titular en uno de esos partidos que le gustan, ante el Real Madrid y con la permanencia en juego, con la misión clave de guardar las llaves del cerrojo que debe ser el equipo ante los merengues si quiere permanecer un año más en Primera División.

«He sobrepasado mis objetivos como futbolista y encima he vivido una de las épocas más brillantes de Osasuna», reconoció el central, quien a duras penas consiguió controlar la emoción en alguno de los pasajes de su discurso y que relató cómo le entró el gusanillo de jugar al fútbol. «Mis padres me regalaron una camiseta con el 11 de Martín y unos vecinos me llevaron al fútbol. Me senté detrás de la portería que defendía Basauri y vi a once luchando como animales. Pensé: `Yo quiero estar ahí'», relató.

Dicho y hecho. Recorrió las diferentes categorías hasta que una pretemporada le citaron con la primera plantilla, cuando Txetxu Rojo dirigía la escuadra navarra. Una cesión en el Gavá y, a partir de ahí, se convirtió en un fijo en el eje de la zaga encarnada. «Osasuna representa al pueblo navarro, noble, fiel, unido, que no se rinde. No nos gusta que nos digan qué tenemos que hacer. No es sólo un deporte, sino un sentimiento», se refirió respecto a lo que considera es la filosofía rojilla.

Conservar el carácter

Una actitud que, bien encauzada, ha dado históricos frutos en la reciente trayectoria de la escuadra navarra y que muchos echan de menos en el actual plantel. La marcha de Cruchaga añade más argumentos a quienes defienden ese argumento. «Osasuna debe conservar ese carácter porque, cuando lo pierda, el club irá para abajo. Entre todos tenemos que hacer que la herencia siga así, que no cambie, que los navarros seamos quienes decidamos cómo debe ser el club. Los más jóvenes tienen que ir cogiendo galones, ahora les toca y deben transmitir los valores que con anterioridad nos inculcaron a nosotros», avisó el defensa.

Aunque reconoció que le costará al principio y que tendrá «pena» por no bajar a Tajonar a diario, también reseñó que «la familia me va a agradecer que cambie de rollo». Entre sus prioridades, llevar a cabo actividades que hasta ahora le estaban prohibidas por su condición de futbolista profesional. «A pesar de mi madre y mi mujer, una de mis ilusiones es volver a correr el encierro. También habrá espacio para realizar un par de viajes y practicar deportes de riesgo y aventura, que me encantan», comentó.

Es por ello que no se plantea un futuro a corto plazo ni si éste estará ligado a Osasuna o al mundo del fútbol. «Eso sí, voy a seguir al equipo, más atrás en el avión y un poco más arriba en el campo», manifestó. Como muestra, el botón del día del Recreativo con el de Ezkaroze en la zona de Graderío Sur.