Gusta decir que El Sadar es un infierno cada vez que el Real Madrid lo visita. Sin embargo, la historia reciente demuestra que los madrileños no lo deben pasar tan mal, a tenor de los magníficos resultados que han obtenido y que este domingo deben terminar si se quiere conservar la categoría.

Es cierto que Osasuna se transforma cada vez que juega contra los blancos. Si en el resto de estadios es, junto al Barcelona, uno de los dos grandes al que todo el mundo quiere derrotar, en Iruñea los triunfos sobre los merengues alcanzan una trascendencia y sabor especial, mucho más allá que los tres puntos en juego.

De esa manifiesta rivalidad brotaron episodios marcados por la chanza -ahí está todavía en la memoria el gorrín con camiseta blanca y 7 a la espalda de la época de Juanito- o las más recientes quejas de un Roberto Carlos «asustado» por los gritos que recibía desde la grada de una abuela y su nieto.

Menos jocosos y con repercusiones más drásticas fueron los capítulos marcados por el feeling entre Paco Buyo y la grada iruindarra. Tres encuentros de exilio le costó al club el lanzamiento de petardos y el famoso tornillo sobre el «querido» guardameta gallego.

Pese a que la tensión sigue existiendo cada vez que rojillos y merengues miden sus fuerzas, la realidad es que en los últimos tiempos la trascendencia de los puntos ha prevalecido y en esa dinámica los madridistas han sabido manejarse infinitamente mejor. Es más, como aviso a navegantes, el Real Madrid lleva ya cinco temporadas consecutivas sin hincar la rodilla en el feudo iruindarra.

La mágica campaña 2005-06 ofrecía un escenario sin precedentes, coincidiendo con la visita de los blancos a El Sadar. La victoria local permitía superar a los «galácticos» y soñar con una segunda plaza que evitaba la liguilla de Champions, algo increíble. Un penalti anotado por Baptista y otro parado por Casillas evitaron el sueño, aunque luego se alcanzara la cuarta plaza. Los de López Caro no eran superiores, pero sabían desenvolverse mejor ante la presión.

La campaña siguiente y en una fría tarde de noviembre, cuatro genialialidades de Van Nistelrooy abortaron las ganas navarras de darle un disgusto al equipo que más iras concita en la capital navarra. Osasuna todavía no se había recuperado de la decepción por ser eliminado en la liguilla de Champions.

Campeones en Iruñea

Con bastantes más apuros clasificatorios y una diferencia abismal en la tabla se presentó el esperado envite en la temporada pasada. El Real Madrid podía proclamarse campeón, pero Osasuna no sólo no estaba por la labor, sino que necesitaba los puntos para no sufrir los postreros apuros que acabó padeciendo. Puñal se desquitó del penalti fallado dos años atrás, pero Robben e Higuaín, en dos minutos, le dieron la vuelta al electrónico y amargaron la tarde a la grada.

Harían bien los rojillos en recordar todos estos pasajes para no confiarse ante un enemigo que, aunque llegue con lo puesto, siempre está dispuesto a aguar la fiesta.