Los entrenadores reparten los minutos como les da la gana. De hecho, se les paga por ello, por tomar decisiones. Y los jugadores que salen perjudicados en el reparto no suelen estar demasiado contentos. Hasta ahí, todo normal. Incluso un pique aislado puede tener su pase; no es fácil lidiar con la química. El problema llega cuando no uno, sino dos, tres jugadores -o más, de puertas adentro-, se quejan del trato dispensado por el entrenador. Un trato que no parece concordar muy bien con el famoso «gure estiloa». Joaquín Caparrós está en su perfecto derecho de no sentir debilidad por Ustaritz, de recomendar que no se le renueve, de buscarle una salida para la próxima temporada, de desesperarse por su mala suerte con sus lesiones. Hasta puede tener razón. Pero le fallan las formas, que también cuentan. En público, con frases como la famosa «yo no sé qué le pasa a este chico», o poniendo en duda, aunque sea por omisión, la profesionalidad del jugador; y también en privado, si creemos a Ustaritz. Y a servidora le cuesta no creerle y le duele especialmente escucharle. Porque puede que todos esos jugadores chiripitifláuticos a los que se coloca últimamente en el punto de mira del Athletic den mil vueltas al abadiñotarra en calidad. Y seguro que se lesionan menos. Pero entre todos ellos no alcanzarán el sentimiento rojiblanco que guarda en un solo dedo un jugador criado en Lezama. Un producto genuino de esa filosofía de la que tan enamorado confiesa estar Caparrós. Si Ustaritz no es válido para el Athletic, que le busquen una salida. Pero con estilo. El de verdad.