Eusko Alkartasuna no es hoy por hoy un partido político. Son dos. De hecho, viene siendo así desde hace años. Hasta la fecha, en los diferentes debates, su relación de fuerzas ha sido de 60 a 40 a favor de las tesis de la Ejecutiva Nacional y en contra de los sectores críticos encabezados formalmente por el presidente de a la ejecutiva regional guipuzcoana, Iñaki Galdos. El problema es que estas diferencias en la táctica a corto plazo y en la estrategia a largo no suman fuerzas dialécticamente, sino que se anulan entre sí. En estas circunstancias, el próximo congreso se presenta como un momento de decantación, en el que deben darse decisiones que, por dolorosas que resulten, no pueden tener ya marcha atrás. Si quiere subsistir, EA no puede salir del Europa con un apaño en el que los perdedores vuelvan a prometer lealtad a los ganadores para, a las primeras de cambio, volver a apuñalarlos desde las páginas de cualquier periódico.

Los catastróficos resultados del 1 de marzo son un trampolín irrepetible para los críticos. Si ganan podrán dibujar un partido a su medida. Pero si a pesar de semejante hecatombe electoral la afiliación de EA sigue confiando en la línea marcada por la actual dirección, aprueba la ponencia política y los nuevos estatutos (con los retoques que se le van a hacer), ya no hay más que decir. Según los críticos, EA caminará a partir de ahí hacia el suicidio y lo lógico es que ellos se aparten y le dejen ir en libertad. Es evidente que esa EA no es la suya.