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Gari Mujika Periodista

«Mafiosis» y mafiosos

Cuando apresaron a Luciano Leggio, el sanguinario jefe del clan de los corleonesi de la Cosa Nostra, a preguntas de qué era lo que motivaba a un mafiosi, «hombre de honor», montó en cólera y describió el poder y la impunidad con la que contaban poniendo como ejemplo cómo la gente agachaba la cabeza a su paso.

Goebbels lo patentó y decenas de aprendices de brujo lo siguen desarrollando con una profesionalidad cuya eficacia sólo se cuestiona según la inteligencia del receptor del mensaje. Dice el ministro rebautizado con las siglas de la guerra sucia con firma que ETA planeaba realizar una fuga en la cárcel de Huelva con presos que ni están allí, para «subir la moral de la tropa». Me atrevería a hacer chistes si no fuera porque hay detenidos en manos de la Guardia Civil.

El ministro de la guerra sucia, que andaba con la moral decaída tras el gol que dicen que le metieron por toda la escuadra, parece que ha dedicado el fin de semana a fotocopiar los nuevos libros de estilo comunicativos. Seguramente los habrán actualizado en base a los del Plan ZEN. ¡Pucherazo! Sí, sí... pero en Irán. Que miles de personas exigen saber qué ha pasado y dónde está Jon Anza -¡dos meses ya!-, pues más mutis impuesto y una de «Fuga de Alcatraz» para entretener al personal.

Pero la impunidad, para que sea efectiva, necesita por defecto del imperio del miedo. No basta con trucar elecciones, con aupar al poder a inútiles de profesión que se jactan de no tener estudios y se proclaman líderes, con ir contra el sentido común y emprender guerras abiertas contra sentimientos para penalizar lo ya criminalizado. Si personas que se identifican como policías te secuestran, te golpean, te amenazan, te persiguen, no pasas por su aro y, además, se te ocurre denunciarlo, la redefinición de impunidad dice que te detendrán con excusas y que terminarás encarcelado.

Lo cierto es que el panorama que pretenden vender los nuevos patronos de Lakua, los mismos de Madrid, podría asustar a cualquiera aunque el artículo sea el de siempre con otra vestimenta. Pero bien distinto es confundir el miedo con el respeto. Máxime cuando lleva ligado consigo la legitimación. La manipulación también tiene límites y ni con mentiras se consigue que se agachen cabezas al paso del impune.

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