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Patxi Zamora periodista

Menos España, más democracia

El periodista navarro hace un retrato de España que abarca su proceder colonial a través de la historia. Frente a esa visión imperialista, Zamora defiende el internacionalismo y, en concreto, la formulación que históricamente ha hecho de esa ideología el movimiento independentista vasco. Así lo han entendido también muchos de quienes han apoyado a II-SP, tanto en Euskal Herria como en el Estado español, en las últimas elecciones europeas. Esa perspectiva debería, según el autor, servir de ejemplo de cara a conformar un bloque soberanista de izquierda.

Rojerío» e independentismo van de la mano. Hay quienes siguen argumentando el manido «soy ciudadano del mundo», como si los demás fuéramos marcianos. Pero reivindicar la autodeterminación de los pueblos no se puede confundir ni desprestigiar, de una forma demagógica, con el adjetivo nacionalista. No me preocupa el Rh, y los símbolos (banderas, himnos, etcétera) tienen la importancia que les otorga la imposición uniformada por España. ¡Y qué poco hemos avanzado con la democracia borbónica! Recuerdo mi llegada al instituto iruindarra Ximénez de Rada en el año 1979. Don Eusebio, cura y tutor, nos dio la bienvenida con un discurso moderno, a tenor de las actuales circunstancias políticas, que finalizó con un amenazante: «este año de políticas nada, para vosotros sólo cuentan el Instituto y la bandera nacional».

España debería desparecer como ente político y sólo ser recordada para aprender de los errores cometidos. España es sinónimo de genocidio, cruzada, Inquisición, expulsiones por motivos étnicos y religiosos, conquistas, imperialismo, torturas, y todavía venera a personajes como los sucesivos Duques de Alba o Isabel la Católica, nominada para santa por los prebostes de la actual Iglesia católica española. Cortés, Pizarro y compañía murieron hace mucho tiempo, pero sus fechorías siguen manchando a los españoles porque éstos continúan sin pedir disculpas, sin reconocer aquella barbarie y renovando la colonización económica a través de sus principales empresas: Telefónica, BBVA, Santander, Endesa... Franco finiquitó el único intento razonable de convivencia entre los distintos pueblos al que aspiraba la II República, con su planificado genocidio político y cultural: decenas de miles de fusilados una vez terminada la contienda; robo de niños y saqueo de propiedades; campos de concentración y exilio y prohibición de las lenguas. Una situación denominada por el líder pepero, Mayor Oreja, «de extraordinaria placidez». El ideal de España intentó acabar con la utopía y se deshizo de los García Lorca y Miguel Hernández mientras crecían sus ínfulas imperiales añorando aquel «bajo el que no se ponga nunca el sol».

Se trata de la misma idea que el PP nos repite una y otra vez: «hace falta más España», hasta que su mensaje cala, tanto que el PSOE e IU defienden ese patriotismo orteguiano, no sin ciertas contradicciones, y otros como PNV o CIU lo asumen con un falso espíritu democrático y adulterado por sus intereses e hipotecas con el actual régimen. España, al obviar el respeto, ha necesitado la guerra y la violencia, porque no se puede obligar a nadie a ser lo que no quiere.

Cánovas del Castillo replicaba a los delegados navarros en 1874: «un hecho de fuerza es lo que viene a constituir el derecho, porque cuando la fuerza causa estado, la fuerza es el derecho». «¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!» bramaba el teniente coronel de la Legión Millán Astray ante Unamuno. «Viva España» titulaba en portada el «Diario de Navarra» el 19 de julio de 1936.

Ese retrato de España, certero y nada halagüeño, lo padecen quienes luchan por sus derechos y los que sufren explotación. Si dependiera de los «negacionistas» del genocidio franquista, independentistas, inmigrantes, gays y lesbianas, trabajadores, euskaltzales, luchadores y «diferentes» volverían a las cárceles y a las fosas. La desaparición de España como «unidad de destino en lo universal» favorecería a todos los pueblos del Estado y las relaciones entre su ciudadanía.

Para los independentistas no se trata de validar el concepto de patria como lo hacen los países imperialistas, sino de reivindicarla como opción liberadora, en el camino de los pueblos del mundo que han conseguido su independencia política y buscan también la económica. Quienes defendemos el derecho a decidir de los pueblos también somos conscientes de que los seres humanos descendemos del mono (posteriormente de Lucy, la abuela de la humanidad, negra y africana) y compartimos genes con el resto de habitantes del planeta. La reivindicación, por lo tanto, no es racial, sino absolutamente política y paralela a la convivencia, respeto y mestizajes propios de la época que nos ha tocado vivir. La batalla ideológica continúa y a lo largo de este año «Abc» no se ha privado de titular en sus influyentes «terceras»: «Salvar a España» u «Otra vez dolor de España».

Esperemos que los gobiernos de Miguel Sanz y Patxi López no caigan en la tentación de los mandatarios murcianos, a los que no se les ha ocurrido mejor idea, según relata Europa Press, que contratar al experto en «estereotipos turísticos» Vladomir Karabatic, autor en 1966 de los eslóganes «Typical Spanish» y «Spain is different», para su campaña de promoción «regional». No tenemos necesidad de buscar estereotipos ni de iniciar un proceso de «construcción colectiva» de la imagen del país, como recomienda el profesor Vlado. Lo que urgen son unos mínimos democráticos, la posibilidad de exponer y conseguir los objetivos políticos que cada uno considere convenientes. Nada que ver con la Constitución, la Ley de Partidos y el concepto franquista de «España una y no cincuenta y una».

«Yo no voto a una candidatura española», aseguraban reconocidos dirigentes de EA y Aralar en las jornadas previas a las últimas elecciones. Ante las ilegalizaciones, dictadas por la misma justicia española que algunos acatan sin ruborizarse, gentes de otros pueblos del Estado español se han solidarizado ofreciendo sus listas para un voto de izquierdas, un voto defensor del derecho de autodeterminación y contrario, en la práctica, a la Ley de Partidos. Sin ánimo de generalizar contra este tipo de planteamientos sabinianos, pues corren tiempos de unir fuerzas, el éxito de Iniciativa Internacionalista, a pesar del «pucherazo», debería servir de ejemplo. Y quiero agradecer a quienes, en territorios donde resulta muy difícil y arriesgado, han facilitado una opción de voto que se ha convertido en catalizador de la esperanza contra la monarquía corrupta y heredera del franquismo que padecemos. Aquí, en Euskal Herria, tenemos una magnífica ocasión de aunar esfuerzos con ocasión de la conmemoración del V Centenario de la Conquista de Nafarroa en 1512, que los de siempre quieren disfrazar de «vinculación amistosa».

Nada mejor que recordar las coplas del añejo «Paloteado de Monteagudo»: «Antiguamente Navarra era un reino independiente de pagos y de soldados y de otras cosas urgentes... pues si el Gobierno de España sigue en sus pretensiones se tomarán en Navarra serias determinaciones... con Monteagudo, Cascante, Ablitas... formemos una guerrilla... pues también se nos ofrecen como si fueran hermanos los valientes alaveses, vizcaínos y guipuzcoanos...».

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