Un mismo fenómeno meteorológico puede dar lugar a condiciones atmosféricas muy distintas según el lugar desde el que se observe. Y un ejemplo de una situación de este tipo lo tenemos en las Islas Canarias, particularmente en zonas como Las Palmas de Gran Canaria o el valle de la Orotava.

A lugares como éstos, habitualmente durante los meses de verano, llegan los alisios (vientos fijos del nordeste) que circulan cercanos al suelo, aportando frescor y humedad. Sobre ellos hay aire más cálido y seco, que da lugar a una situación de estabilidad.

Dentro de esa estabilidad, cuando el aire del NE se encuentra con relieves montañosos, se enfría aún más, se satura, se condensa su humedad y nace un mar de nubes capaz de alcanzar los 1.500 metros de altitud.

Si nos toca vivir el fenómeno en los bosques que decoran las laderas de las montañas, notaremos que el ambiente está totalmente cargado de humedad y que todo está mojado aunque no llueve. Se trata de lluvia horizontal (captación por la vegetación de las gotas de agua que contienen las nubes y que humedece todo aunque no hay auténtica precipitación).

Pero si lo vemos desde arriba (por encima de los 1.500 metros), estaremos en medio de un día soleado y con calor. Y, ante nuestros ojos, tendremos un paisaje decorado por un mar de nubes (estratocúmulos), tan agradecido de ver como de fotografiar.

Ahora bien, si estamos bajo las nubes veremos un cielo encapotado y el ambiente estará más fresco, originado por el efecto de pantalla solar. A esa acumulación de nubes bajas (visto desde abajo) se le llama «Panza de burra». Un cielo uniformemente entoldado y de un color gris oscuro similar al que aquí vemos cuando está a punto de nevar.