Cuando los extremos se tocan
«Mishima: Una vida en cuatro capítulos»
Vuelve con honores de estreno y remasterizada la película que, a mediados de los ochenta, Paul Schrader consagró a la figura extrema del escritor japonés Yukio Mishima y que sigue siendo un referente cultural sobre el choque de civilizaciones. Resulta del todo actual en cuanto a su debate interno acerca de la vertiente mediática adquirida por los novelistas, necesitados de determinadas actitudes en público para transmitir sus ideas y sentimientos.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
La mala conciencia de los norteamericanos, al menos la de sus cineastas, hace que se sientan fascinados por la cultura y el arte japoneses. Paul Schrader fue el guionista de «Yakuza», así que se le puede considerar como un elemento fundamental de ese acercamiento. Sin su aportación en «Mishima: Una vida en cuatro capítulos» no se entenderían experimentos posteriores, como el de Clint Eastwood y «Cartas desde Iwo Jima», que siguen la estela que dejó. La sensación que provoca el reestreno de esta realización de mediados de los 80 es extraña, porque fue hecha por alguien que sigue en activo y que todavía no se ha retirado. Sin embargo, la opinión general es la de que hoy en día le sería imposible realizar una obra tan ambiciosa y descabellada, y de ahí que se imponga su revisión, como si fuera una irrepetible rara avis de un pasado no tan lejano.
Y, por una vez, aunque sea poco habitual, se respeta el formato original de una película, que no fue pensada para ser vista en DVD. «Mishima: Una vida en cuatro capítulos» requiere de una proyección en condiciones, algo a lo que la nueva copia remasterizada se presta, con su majestuoso scope, y un colorido pictórico en combinación con un blanco y negro perfectamente contrastado.
El que el occidental Paul Schrader se fuera a fijar en el oriental Yukio Mishima no es ninguna casualidad, porque se trata de artistas bastante coincidentes. El norteamericano tuvo una estricta educación calvinista, lo que le ha llevado a defender valores tradicionales a pesar de su aparente modernidad, dentro de una obra marcada por la idea de la culpa y la redención.
La vida de Mishima
El japonés, que ya de joven leía a Rilke, vivió un tipo de contradicciones similares, al acabar invocando el espíritu del Japón imperial desde un militarismo que nada tenía que ver con el antibelicismo de sus primeros libros, cuando estaba más abierto a la influencia exterior. Como escritor, pertenecía a la segunda generación de posguerra, por lo que le tocó asistir al rápido desarrollo capitalista y tecnológico de su país. No quiso ser partícipe de esa decadencia cultural, volviéndose sobre sus raíces, ya que procedía de un linaje de samuráis del periodo Tokugawa, y así fue como fundó su ejército personal Tatenokai (Sociedad del Escudo) siguiendo los rituales de sus ancestros.
Al abordar una personalidad tan compleja como la de Mishima, Schrader no podía conformarse con un biopic al uso, y prefirió decantarse por la plasmación de su vida y obra dentro de un abigarrado conjunto de gran plasticidad. Las recreaciones de sus libros dan lugar a escenificaciones en decorados oniristas, reflejando su pasión por el teatro kabuki o por las artes marciales y, en concreto, por el kendo. De la representación de su libro «La casa de Kiyoko», toma el concepto del narcisismo; de la de «El pabellón de oro», el de la belleza, y de la de «Caballos desbocados», el de la ideología. También se reserva un importante espacio a su ensayo «Lecciones espirituales para jóvenes samuráis», así como a su corto cinematográfico «Yoyoku», en el que planificaba su propia muerte mediante el ritual del seppuku. Dicha decapitación a mano de uno de sus seguidores, con el que se le suponía una relación homosexual u homófila basada en el culto al cuerpo, supuso la culminación de un proceso vital y artístico radicales, como no se ha conocido otro recientemente.
La película se reestrena en los cines casi 25 años después. La cinta, de 1985, está dirigida por el director Paul Schrader y producida por Francis Ford Coppola y George Lucas. El regreso se realiza con el montaje que inicialmente planeó Schrader y se podrá ver en versión original subtitulada.
Cuando Philip Glass compuso la música para la película de Paul Schrader, se encontraba en el mejor momento creativo de su carrera, ya que acto seguido se encargó de la banda sonora de «Koyaanisqatsi». Sigue siendo una obra influyente, nacida de un planteamiento experimental, ya que primero grabó la partitura original con sintetizadores para hacer las modificaciones oportunas, antes de dar con la definitiva versión orquestal. No cayó en la tentación de orientalizar su sonido, pues lo que pretendía era adecuar su música a otro contexto cultural. La intro es lo más espectacular. M. I.