El cineasta neoyorquino Antonio Campos ha debutado a los 25 años en el cine independiente con una de esas llamativas óperas primas que atraen a la crítica. «Afterschool» ha sido comparada con la película de Gus Van Sant «Elephant», por el modo en que refleja la violencia escolar en medio de una tensa calma. También se ha hablado de un estilo visual deliberadamente frío que remite al cine de Haneke, ya que sorprende lo calculada que está la planificación. Pero Campos pone una especial interés a lo hora de delimitar los espacios en los que se mueve la vida estudiantil, bajo una estructuración cuadriculada. Un mundo cerrado que se vuelve más aséptico por tratarse de un colegio de élite, definido por una uniformidad que empieza por el vestuario del alumnado.

«Afterschool» es una metáfora de la sociedad actual, donde la omnipresencia de las videocámaras refleja el estado de paranoia colectiva. El protagonista es un alumno del curso de audiovisual, elegido para realizar un vídeo laudatorio sobre la muerte por sobredosis de dos compañeras gemelas. Lo que debería ser una cinta ejemplarizante de uso interno adquiere una mayor repercusión, a resultas del debate entre el derecho a la privacidad y la falta de compañerismo.