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Los asnos son muchas veces más rápidos que los cascos azules en Darfur

Un simple cauce embarrado puede ser obstáculo suficiente para detener el desplazamiento de un convoy de la MINUAD, destinada a ser la «misión de paz» más importante del mundo para detener la guerra que ha causado ya 300.000 muertos y 2.700.000 desplazados en Darfur.

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Guillaume LAVALLEE

Una campesina de Darfur encaramada a un carro tirado por un asno cruza sin problemas un río de lodo mientras observa con ojos atentos y divertidos el vehículo blindado de los casos azules atrapado en el mismo barro.

El convoy de las híbridas «fuerzas de paz» de Naciones Unidas y la Unión Africana (MINUAD) salió de Nyala, la capital de Darfur, con una hora y media de retraso en dirección a Donkey Deresa, una localidad ubicada a sesenta kilómetros al sur, un objetivo que no alcanzará nunca.

En este comienzo de la temporada de lluvias en Darfur Sur, la pista que une Nyala con Donkey Deresa está completamente enfangada. Los conductores zigzaguean y esquivan en la medida de lo posible pequeños cauces embarrados para intentar progresar en un territorio plagado de arbustos.

El convoy de los cascos azules lo componen dos viejos vehículos blindados canadienses, varios 4x4 y un jeep. Mientras los vehículos todoterreno avanzan sin demasiadas dificultades, uno de los blindados canadienses se encuentra detenido a quince kilómetros de Nyala, bloqueado por treinta centímetros de barro.

Los cascos azules nigerianos observan la escena con un aire entre confundido y distraído. Menos de una decena de la treintena de soldados que viajan en ese convoy trata de retirar el vehículo, cavan la tierra para intentar liberar sus ruedas y recogen troncos de madera para utilizarlos como palancas.

Un miembro civil de la Minuad se extralimita en sus funciones y se dispone a utilizar mano dura. Algunos soldados prefieren inmortalizar la escena con sus cámaras fotográficas y sus teléfonos móviles antes que ensuciarse en esa ingrata tarea.

Los niños de Kashalongo, una aldea de chozas en la que los campesinos comienzan a preparar la tierra para sembrar mijo, se amontonan alrededor. Pasa un asno. Corretea en este fino arroyo mientras remolca el carro de una campesina.

Un camello, montado por un hombre con turbante, posa sus largas patas en el reguero de lodo. Más tarde, un caballo avanza al trope tirando de un pequeño carro en el que viajan varios campesinos.

El blindado canadiense estornuda, tose y escupe un espeso humo negro antes de desprenderse del barro en medio de los aplausos de los soldados, cuya aventura termina con el día. El comandante llama a la base: «la carretera está impracticable, retrocedemos». Los dos reporteros y algunos sudaneses que forman parte del convoy piden, en vano, que los 4x4 continúen su camino hasta Donkey Deresa, donde los contados «retornados» -personas desplazadas por la guerra en Darfur que han vuelto a sus pueblos- les esperan. «Volveremos de nuevo mañana», asegura el comandante.

Pero no habrá día siguiente. El día siguiente -hoy- es viernes, jornada festiva en Sudán. Por el camino, niños semidesnudos o vetidos con pedazos de tela cubiertos de mugre saludan a los cascos azules con el pulgar levantado.

Destinada a ser la «misión de paz» más importante del mundo, la MINUAD se lamenta de no disponer de helicópteros con los que patrullar en Darfur, escenario desde 2003 de una guerra que ha causado 300.000 muertes, según la ONU (10.000, según Jartum), y 2.700.000 desplazados.

La falta de motivación de las tropas, la inexperiencia de los conductores y la mala adaptación al terreno de los anticuados blindados impidieron la movilidad terrestre de los casos azules en Kashlongo.

Para los blindados canadienses, se trata de uno de los últimos desplazamientos por las carreteras de Darfur. Los «Grizzly» serán retirados a partir del 30 de junio.

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