Unas horas después de que la Organización de Estados Americanos (OEA) suspendiera a Honduras como respuesta al golpe de Estado que el 28 de junio derrocó al presidente, Manuel Zelaya, el Ejército no sólo impidió, siguiendo órdenes del Gobierno golpista, que el mandatario pudiera aterrizar en Tegucigalpa, sino que reprimió con gases lacrimógenos y fuego real a las decenas de miles de personas que fueron a recibirle. Como consecuencia de esa actuación fallecieron al menos dos personas, una de ellas de 19 años, de un balazo en la cabeza, y más de una decena resultaron heridas.

El canciller del régimen golpista, Enrique Ortez, confirmó dos muertes, pero dijo que «existe la certeza de que la Policía no fue». Agregó que «entre los grupos antagónicos se fue un disparo». Sin embargo, Human Rights Watch afirmó tener fotografías de la brutalidad con la que policías y militares atacaron a la gente, «disparándoles directamente», y exigió garantías para los derechos humanos.

«Acciones inmediatas»

De regreso a San Salvador tras su frustrado intento de regresar a Honduras y conocer lo sucedido en el aeropuerto, Zelaya pidió al Ejército que «bajen sus rifles» y no apunten a sus herma- nos, al tiempo que apeló a las grandes potencias y, especialmente a EEUU para que tomen «acciones inmediatas contra el régimen golpista».

Aparentemente, según algunas fuentes, Washington está llevando iniciativas diplomáticas paralelas a las de la OEA para resolver el conflicto, dada la especial relación y la enorme influencia de EEUU sobre Honduras, aunque las declaraciones de Ortez calificando al presidente de EEUU, Barack Obama, de «negrito que no sabe nada de nada» sugieran un distanciamiento.

La primera reacción de la Casa Blanca ante el golpe, «débil y evasiva», según algunos analista, puso de manifiesto la «ambivalencia» de Washington, que se desmarcó de la asonada político-militar después de que varios dedos hubieran apuntado a EEUU si no como inductor sí como facilitador. La historia de América Latina anima a hacerlo.

Esa ambivalencia puede provocar que el Gobierno de facto intente aferrarse al poder, por lo que muchas voces reclaman a la Administración Obama que ejerza más presión sobre Honduras aunque no se trate de un asunto estrictamente «bilateral». Según los analistas, los estrechos lazos comerciales, políticos y militares que ambos países mantienen podrían inclinar la balanza hacia una solución negociada.

«Me sorprendió que EEUU no tuviese más influencia, aunque no sé cuánto presionó o si, al final, el problema es que no se tomaron en serio la situación», señaló Peter Hakim, presidente del centro de análisis político Diálogo Interamericano. «Lo importante ahora es que EEUU aumente las presiones», subrayó.

Pero, por el momento, a pesar de que dice reconocer a Zelaya como único presidente, la Casa Blanca mantiene que se trata de un «asunto hondureño» en el que se tomaron decisiones equivocadas y no de la influencia que pueda ejercer Washington. En cualquier caso, confía en que, pese a la retórica, será difícil para el Gobierno de Roberto Micheletti resistir la «abrumadora presión internacional».

Los militares que, con el apoyo de la CIA, derrocaron a Jean Bertrand Aristide en Haití en 1991, en el último golpe de Estado en la región, sí lo hicieron.