El Festival de Avignon, consagrado a las artes escénicas, inaugura hoy su 63 edición con una treintena de espectáculos de teatro, música y danza en los que participarán centenares de artistas de países mediterráneos. Hasta el próximo 31 de julio, el certamen, que dirigen desde hace seis años Hortense Archambault y Vincent Baudriller, destilará un sabor muy mediterráneo, con la presencia, entre otros, del sevillano Israel Galván, que mostrará su nuevo flamenco, en la obra «El final de este estado de cosas, redux».

Esta edición es la primera que se celebra desde que el marzo pasado el certamen firmara con el Grec Festival de Barcelona, el Festival de Atenas-Epidaure y el Festival Internacional de Teatro de Estambul el programa Kadmos, una red común para organizar e intercambiar proyectos artísticos en el Mediterráneo.

La noche inaugural se celebrará en la Carrière de Boulbon, a una quincena de kilómetros de Avignon, con la presentación de «La guerre des fils de la lumière contre les fils des ténèbres» (La guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas), pieza dirigida por el cineasta israelí Amos Gitai.

L'Alakran

Como representante de Euskal Herria, se encuentra la compañía vasco-suiza L'Alakran con «Kaïros, sisífos y zombis», que ha producido junto a la Comédie de Genéve y que ha contado con el apoyo del BAD, el Festival de Teatro y Danza Contemporánea de Bilbo, en cuya última edición fue estrenada. La obra explora la influencia del sentido del tiempo en la vida del hombre. En total, la organización del festival ha programado cinco representaciones de la obra, que se podrán disfrutar entre los días 14 y 16 de julio.

Una propuesta con mucha enjundia, con un hilo dramatúrgico muy evidente, por el cual se deslizan las situaciones y las escenas, en donde se avanza en una mezcla de lenguajes que se van solapando y en donde el cuerpo se convierte en un instrumento al que se modula a base de emociones, y que van transmitiendo sensaciones con composiciones plásticas, de movimiento, de interpretación de unos roles muy teatralizados que se expresan en momentos puntuales a base de la danza y hasta de varios números coreográficos, pero que funciona cada uno autónomamente, adentrándose en otros registros y otras claves que van confluyendo de nuevo en ese cubo abierto que cataliza y transforma, que preside el espacio escénico.

Trabajo de madurez de Asier Zabaleta, que logra en esta entrega una factura escénica homologable, a base de una buena concepción espacial, vestuario adecuado y una iluminación sugestiva para que la buena simbiosis entre la música original y los intérpretes proporcionen momentos de gran fuerza.