San Fermin 2009
Siluetas fantasmales
Aritz INTXUSTA
Doblados, rendidos y muy pocos. La noche del seis al siete es sólo para los más fuertes. Arrancó sosa y cansada. Con dos novedades: no hay canción del verano y, sobre todo, que hubo muchísima menos gente que otros años. Se produjo un milagro en San Fermín, poder entrar en los bares hasta el fondo. En cualquiera y a cualquier hora. Y, sin canción del verano, el ritmo volvió a quedar en manos de los clásicos: Sarri, Sarri y los míticos guajolotes. Probablemente lo único que los iruindarras saben bailar con un katxi en la mano. No importa que se derrame. Por desgracia, también hubo que sufrir el Champiñones, champiñones, oé, oé y todos los demás bodrios del fatídico disco Tecnosasuna (del año 2000) que va camino de sustituir en Sanfermines a las composiciones del maestro Turrillas.
De los clásicos, falló Fangoria, que tocaba en la Plaza de los Fueros. «Alaska es la ostia. Pero todas las canciones, menos una, han sido del disco nuevo. La gente no conocía ninguna», criticaba Maitane.
Entre los «iluminados» por la luz de las farolas, había de todo. «Esto es una mierda, este año ni txosnas, ni concierto de Barricada. Me han cambiado los Sanfermines», se quejaba Iñigo, un guipuzcoano que zigzagueaba rumbo a no se sabe dónde. Muchos de los que quedaban eran de fuera de Nafarroa. «A mí todo me da igual, porque éste es el primer año que vengo a Sanfermines con un sitio donde ducharme. Me ducho en Estafeta. Es lo único importante», confesaba Dani.
Para los bares, la noche fue floja. Reinó la cerveza sobre el cubata. Y, como cada año, regresó el katxi como vaso oficial. Formato económico, pero con un precio más que respetable, ocho euros. Queda la opción de las tiendas de bebida abiertas 24 horas, donde de un día para otro ha subido la litrona de 1,8 euros a tres.
El mayor tráfico por Calderería durante la noche era el de las camionetas de repartidores de hielo con polizones encaramados detrás. Muchos huyeron a lugares abiertos, como el Jito Alai o poteaban en las calles. Sin embargo, cruzar Jarauta se hacía en tiempo récord para ser San Fermín. Y sin usar los codos.
La noche del seis, es noche de retirada pronto, en teoría. Es la primera y muchos se limitan a cumplir con la cabeza pensando ya en el día siguiente. Llegan exhaustos tras la paliza del txupinazo y de la batalla por hacerse un hueco en las calles por la mañana y por la tarde. Pero el seis todo el mundo tiene visita, el amigo que viene para quemar todos los cartuchos en un día: está en el chupinazo, quiere ver (o correr) el encierro después de visitar uno por uno todos los bares de la lista oficial. Si se anima, tratará de terminar con un marianito la procesión del día siete. Y hay que cuidar al huésped. Encomendarse a San Fermín para buscar fuerzas. Hasta que el cuerpo cruje.
El que podía daba la brasa al de al lado y, si era varón, lo intentaba con la sueca, china o inglesa. «Yo estoy aquí para pillar cacho, que los siguientes 357 días del año es imposible», contaba Mikel. Más fatídico que el Tecnosasuna ha sido el legado de Esteso y de Pajares en Iruñea.
La noche fue momento de almas en pena con pelucas y gafas de Elvis. Los gorros estúpidos con picos y cascabeles volvieron a ganar la partida a las txapelas. Las pelucas de punkis, a las de Michael Jackson, rompiendo todos los pronósticos. Los vendedores ambulantes aguantaron hasta el final, intentando colar gafas de sol, collares y flores de peluche a los más borrachos. Como novedad, los rumanos que, atentos a las últimas modificaciones en política tributaria, han llegado con tabaco de contrabando, para comodidad de todos. Pedir cambios para la máquina y decirle al camarero que le quite el control de menores en Sanfermines es tarea para el santo Job, por mucho que hace años que no había tan poca gente en la primera noche de Sanfermines.