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Josebe EGIA

En todas partes

Podemos ir de lo cercano a lo lejano e ir recorriendo los caminos que adoptan el racismo, la xenofobia y la violencia de género, es decir, el fascismo, para manifestarse. Podemos comentar lo que está sucediendo en cierto barrio de Orereta, con personas que meten en el mismo saco de odio a todos los magrebíes; también cifrar palizas, abusos y muertes a manos de parejas, ex parejas y/o desconocidos, y denunciar que casos tan claros como el de Nagore Laffage siguen, un año después, pendientes de juicio; y para acabar, hablar de un clásico de Euskal Herria, la tortura, que me temo que lejos de acabar se acrecenta.

Luego, comprobado que ni somos inmunes a todo ello ni mucho menos vivimos en el País de las Maravillas del Estado Democrático de Derecho, podemos dirigir nuestra mirada hacia el Estado español. Y comentar, entre otras cosas, que es destino predilecto para la trata de mujeres, según Amnistía Internacional, pero que la legislación necesaria para atajar el problema brilla por su ausencia. Es más, el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas (TJCE) ha condenado a España por «incumplir sus obligaciones» al llevar más de cinco años sin incorporar a la legislación la directiva que obliga a dar la residencia y «garantizar la subsistencia y protección» de los extracomunitarios «sin papeles» que hayan sido explotados por las redes y que hayan ayudado a la Policía a desarticular estos grupos dedicados a la trata de personas. Algo que debiera ser de máxima prioridad en un estado. Pero, evidentemente, lejos está de serlo, por mucho que ahora traten de enmendarlo con el proyecto de la nueva Ley de Extranjería. 5 años después.

Ampliando la mirada a países vecinos, por esta Europa tan cacareada, podemos quedarnos en Italia, por ejemplo. Donde Berlusconi es el rey de la función, con todos sus escándalos, su prepotencia y sus salidas de tono, y su poquísimo respeto por las personas e instituciones. A mí, personalmente, me admira el caso de Italia. No por más racista ni fascista que otros Estados europeos, ni injusta ni adoradora de la riqueza, ni demagoga ni populista, sino por su empeño en perpetuar en el poder a semejante payaso enamorado de sí mismo, vulgar y obsceno. El sólo hecho de imaginarme a una mujer italiana votando a un hombre que demuestra sin pudor ni vergüenza alguna la consideración que le merecen las mujeres me resulta del todo incomprensible. Como incomprensible es que el pueblo italiano quiera seguir gobernado por alguien que cree que en su imperio la ley es el mismo, y si la ley dice «aplástenlos, a los inmigrantes», carta blanca para todos los grupos ultraderechistas, fascistas por naturaleza.

Lo preocupante, en Europa y de lo más grande hacia lo más pequeño, porque aún sin un Berlusconi que lo hace tan descarado aquí también sucede, es el desamparo en el que siguen encontrándose los colectivos más vulnerables, y la poca preocupación de los mandatarios por estas personas: mujeres, inmigrantes y pobres. Y lo más grave no es que nada cambie, sino que el cambio es a peor.

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