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«Man, the mirror»

Ines INTXAUSTI | Crítica de televisión

Por si alguien no se ha enterado, la semana pasada todas las televisiones del mundo recogieron un acontecimiento único y multitudinario en la historia del planeta nunca antes conocido. Millones de espectadores se personaron ante la pantalla para testificar el adiós a un ser extraordinario, de nombre Mikel Jackson. Tan extraordinario era el cantante americano que me sorprendió que no estuviera presente en su propio funeral para controlar hasta dónde había llegado su poder mediático. Un espectáculo increíble, una fiesta mundial. Hasta ahora nadie había convocado tanto alrededor de una noticia. Ni el hombre en la luna, ni el hombre en la tierra. Jackson era el pequeño de una gran familia de artistas afroamericanos y, a los 13 años, pudo independizarse creativamente para convertirse en una estrella muy superior a las que le precedieron en ese paraíso productor de talentos que es Estados Unidos. Un ídolo que traspasó todas las fronteras posibles sobrepasando al mismísimo Elvis, a quién se le quiso parecer tanto que hasta se casó con su hija. Graceland y Neverland eran un mismo artificio. Torres de marfil de seres superados a sí mismos por su propia proyección extra mediática. Elvis trató de convertirse en un ser no humano -visionario de la figurita colgante en los coches y oficiante de bodas en Las Vegas- y lo consiguió. Jackson intentó ser blanco -lo nunca imaginado por la ciencia- y también lo consiguió. Aunque este último, después de nacer en una sociedad post-segregacionista, tuvo que sobrellevar el rotundo éxito del black power en seres tan raciales cómo él, a quienes nunca se les ocurrió cambiar de raza para acceder al Olimpo terrestre. Porque seguro que fue duro mudar tan peligrosamente de piel cuando se puso de moda la de Jordan, Johnson, Bryant, Murphy, L. Jackson, Freeman, Washington, Berry, Latifah, Kravitz, Prince, etcétera.

Después de eso ¿qué hacer? Pues inventarse un mundo paralelo a éste llamado Neverland. Jackson, quien en su día intentara comprar el cerebro del «hombre elefante», fue enterrado sin el suyo. El mejor final para esta película. R.I.P.

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