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CRÓNICA Últimas horas de fiestas en Iruñea

Un día intenso para quienes no gustan de despedidas

Hay tantas cosas por hacer todavía y tantas ganas de fiesta acumuladas que el día 14 para muchos no es el último ni el peor. Si acaso, el más intenso. Del encierro a la Octava, de la despedida a los gigantes hasta la corrida, la juerga pudo con el cansancio y dio la última estocada a la rutina.

Ramón SOLA

8:00 h.

Ultimo encierro (o primero)

Mirando el calendario, el de los Núñez del Cuvillo es el último encierro del año 2009. Pero para Araitz (9 años) e Izaro (10), en realidad es el primero. Tras los fuegos de la víspera se hizo tarde para ir a la cama, pero el despertador suena a las 6.30. Espera un balcón en Estafeta, primer piso, desde el que casi se pueden tocar los toros si se estira la mano. Es la primera en su vida que ven en directo el frenesí de la carrera de astados y mozos. Luego lo contarán a todos desde su particular prisma infantil: «Había un toro negro que corría mucho, mucho. Otro se ha caído cuando llegaba a la Plaza. ¡Y a un chico le han empujado!». Tras la emoción aún queda el buen sabor del chocolate con churros.

Para Jon, 17 años, también es el primer encierro. No quería llegar a los 18 sin haberse tirado, y hoy era la última ocasión. «He ido con dos amigos a Santo Domingo; ahí es más rápido, pero da menos miedo. Me han dicho que no deje de mirar atrás y que me eche a un lado cuando los vea. Pero me he caído antes».

Otros más veteranos se despiden con un buen almuerzo en el que se repasa la jugada de 2009. Hay muchas cosas que contar. Lo que más les ha impresionado es el estado físico de los toros, «cada vez corren más, se ve que los entrenan». Ni la muerte de Daniel Jimeno ni la brutal imagen del pecho ensangrentado de Pello Torreblanca se les ha quitado de la retina, pero tampoco les ha hecho renunciar a seguir corriendo. La mayoría no aguantará un año de espera y se tirará a la calle en Tutera, Tafalla, Zangoza o Faltzes.

También hay sabor agridulce en la despedida de los fotógrafos de prensa -que se retratan juntos en el callejón como recuerdo-, en la de los trabajadores de limpieza, en la de los voluntarios de la Cruz Roja, los pastores, los dobladores, los periodistas... Buen trabajo.

12:00 h.

La ciudad en la calle Mayor

La última mañana de fiestas tiene otra estación en la calle Mayor, a eso de las 12.00. Comparsa de gigantes y cabezudos, dantzaris, La Pamplonesa y la Corporación se muestran de nuevo ante la ciudad en la llamada Octava de San Fermín, una tradición que viene desde el siglo XV.

Gigantes, músicos y dantzaris reciben ovaciones unánimes. No pasa lo mismo cuando llegan los mandatarios, y el público se divide en tres grupos: los simples curiosos silenciosos, los que ovacionan a la alcaldesa y los que le silban. Estos últimos le dirigen calificativos como «cacique», «facha» o «fascista». Los partidarios responden siempre con el mismo grito: «¡Guapa!». La sonrisa profiden perpetua de Yolanda Barcina, inmu- table escuche lo que escuche, demuestra que eso de la imagen es una prioridad para ella.

Cuando pasa todo el tropel, los bares se vuelven a llenar para el vermú. Parece increíble que tras nueve días de fiesta nadie renuncie todavía al rito del marianito y el frito animado por el paso de las txarangas. En Nabarreria, San Nicolás o Estafeta hay que superar cuatro filas humanas para llegar a la barra.

15:00 h.

Chupetes, besos y lágrimas

Pasada la hora de comer y tras aguantar un sol que pica de lo lindo, Nahikari, tres años, ha pedido tregua. Cuando su aita la saca de la moderna Estación de Autobuses, el chupete se ha quedado en el dedo de uno de los gigantes de la comparsa, que a esa hora son aclamados como auténticos ídolos. Los bailarines lo dan todo, con vueltas interminables. Son las últimas, hasta San Fermín Txikito, allá por finales de setiembre. Luego se dejan caer para recibir los besos de los txikis.

Quien pensara que en el amplísimo andén de la nueva estación aliviaría las apreturas habituales, se equivocó. Miles de personas bajan por las rampas para un acto que desata muchas lágrimas, y no sólo en los más pequeños. Son casi las 15.30 cuando kilikis, zaldikos y gigantes se retiran a sus aposentos, y los gaiteros guardan sus instrumentos. Atrás quedan nueve salidas multitudinarias.

21:00 h.

Las dos Iruñeas disfrutan

Si en la Procesión de la Octava se reflejan con claridad las dos Iruñeas, ¿qué decir de la Plaza de Toros en la última corrida? Al sol está la ciudad alegre y combativa, festiva y subversiva; en la sombra, la tristona y conservadora, agria por momentos. Los de sol llegan dispuestos a darlo todo, y durante el primer toro se empeñan en hacer una «ola» que recorra todo el anillo del coso, pero es labor imposible. Los de sombra están a otra cosa, a lo que pasa en el ruedo.

Dos horas y media después, las dos Iruñeas están contentas. Los de sombra, porque han visto salir por la puerta grande a El Juli (tres orejas) y Perera (dos), y porque Morante ha cortado otra más. Pero los realmente eufóricos -pese a no haberse enterado de nada-, los que se merecían salir a hombros, son los habitantes de tendido, grada y andanada de sol, travestidos a esa hora de rojo, morado o amarillo. Es de orejas y rabo el modo en que encadenan en el sexto toro tres piezas inverosímiles: «Paquito el Chocolatero», «Zai dago ama» y la Marcha Radetzky. Antes han entonado a pleno pulmón «No hay tregua», «Pero sigo siendo el rey», «La chica ye-yé», «Euskal Herrian Euskaraz», la sintonía de «El equipo A», el himno de Osasuna, Ska-P, Skalariak... La corrida ya ha terminado y ellos y ellas siguen con el ``Riau-riau'' y el ``Todos queremos más''. Di que sí.

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