El polvorín caucásico
Chechenia o el silencio en el imperio del terror
Grozni trae a la mente destrucción y masacres pero hoy es quizás una de las ciudades más hermosas de la Federación Rusa, con muchas obras en marcha y soleadas avenidas con bellos edificios. Los pocos que se animan a hablar con un periodista extranjero refuerzan esta imagen oficial. Ni la más mínima crítica, hasta que uno se aleja de la calle y se encuentra con la Chechenia real.
Urtzi URRUTIKOETXEA
No es fácil intentar sobrepasar el límite de una población aterrorizada que no gana nada y tiene mucho que perder hablando con periodistas extranjeros. En la sede de Memorial se presenta un hombre al que el enfado impide callar. Son los propios miembros de esta organización de derechos humanos los que le advierten de las consecuencias y dirigen la conversación por la senda del anonimato. Diremos que el hombre, de unos cincuenta años, ha llegado del pueblo de Shali, donde se acaba de llevar a cabo una zachistka (operación especial). El hombre no se queja de que los kadirovtsi, los hombres armados del presidente, les entregaran el cuerpo torturado de su sobrino, supuestamente miembro de la guerrilla. Asume la retórica del gobierno, repetida durante estos días por Ramzan Kadirov: «No tomaremos prisioneros, los vamos a destruir. Mientras existan, habrá sangre». La queja de Zurab (nombre ficticio) es que después de entregar el cadáver del supuesto militante los kadirovtsi dieron una paliza a su padre: «¿Qué culpa tenía mi hermano?».
En esta misma sede de Memorial trabajaba Natalia Estemirova recopilando los datos de desapariciones, ofreciendo ayuda legal a las víctimas y denunciando la impunidad del gobierno de Ramzan Kadirov. Días más tarde de nuestra visita, el pasado miércoles 17 de julio, fue secuestrada a plena luz del día junto a su residencia en Grozni para aparecer muerta a las pocas horas en la vecina Ingushetia, con tiros en la cabeza y en el pecho. Oleg Orlov, director de Memorial en Moscú, lo tiene claro: «Sé, estoy seguro de quién es el culpable del asesinato, su nombre es Ramzan Kadirov. Ya la había amenazado, la había insultado, la consideraba su enemiga personal. No sabemos si él mismo dio la orden o lo hicieron sus colaboradores para complacer al jefe».
El comunicado oficial de Memorial añade lo siguiente: «Ahora queremos llamar a las cosas por su nombre: en Rusia reina el terror de Estado. Sabemos que hay asesinatos dentro y fuera de Chechenia. Matan a los que intentan decir la verdad, a los que critican a las autoridades. Ramzan Kadirov ha hecho imposible el trabajo de los activistas en Chechenia. Los que mataron a Natasha querían cerrar este flujo de información verídica que salía de Chechenia».
Denuncias constantes
El presidente lo niega, naturalmente, y promete investigar, «de manera oficial y extraoficial, siguiendo nuestras tradiciones». La misma excusa, la tradición, sirve para un roto que para un descosido: para saltarse todas las leyes de Chechenia, de Rusia e internacionales y secuestrar, torturar y ejecutar sumariamente a personas acusadas de ser guerrilleras, como para castigar colectivamente a sus familias incendiando sus casas. Precisamente Memorial y Human Rights Watch acaban de denunciar la vuelta de tuerca que Kadirov está dando a la contrainsurgencia, atacando a los familiares de los boieviki (luchadores), no ya como táctica de guerra sucia extraoficial sino jactándose de ella: son continuos los anuncios en la televisión oficial amenazando a toda la población de las terribles consecuencias de «no controlar a los hijos».
Natalia Estemirova fue una de las poquísimas voces que denunció la impunidad del régimen de Kadirov. Frente a la insultante imagen de normalidad que intenta vender al mundo, la valiente activista (compañera íntima de Anna Politkvoskaya, periodista rusa muerta a tiros en 2006 a la que acompañó en numerosos viajes por la república) no dejó de publicar y denunciar la realidad de Chechenia. Y lo hizo hasta el día de su muerte: la víspera había intentado reunirse, junto a la responsable del Comité de Asistencia Civil Svetlana Gannushkina, con Masjud Abdullayev, deportado recientemente desde Egipto. Su padre, Supian Abdullayev, es el segundo, tras Doka Umarov, en la guerrilla islamista que reivindica el Emirato del Cáucaso. Ese mismo lunes, Estemirova denunció cómo los hombres de Kadirov entregaron el cuerpo de una joven a su familia con la orden de que la enterraran «sin hacer ruido». Estemirova informó a la publicación «Kavkazkii Uzel» de que «a comienzos de junio Madina Yunusova, nacida en 1989, no volvió a casa y dijo a sus padres que se había casado. El 3 de julio ingresó en el 9º hospital de Grozni una chica herida de gravedad. Estuvo dos días en una unidad separada bajo vigilancia. Alguien la reconoció, y se lo dijo a sus familiares. Sus dos tías vinieron pero no les permitieron hablar con Madina». El 4 de julio algunos agentes se personaron en la casa de la familia, encerraron a los padres y las dos hermanas pequeñas de Madina en la sala de calderas y prendieron fuego a la casa. Consiguieron apagar el fuego gracias a un vecino, pero al día siguiente «los agentes, que no se presentaron como tales, trajeron el cuerpo de Madina envuelto en una mortaja. No les permitieron abrirla y ordenaron que enterraran a la chica sin hacer ruido». Natalia Estemirova también reveló la ejecución pública de una persona ocurrida el 7 de julio en el pueblo de Ajinchu-Borzov.
Miedo
Recorremos la ciudad. A pocos metros de la sede de Memorial, la antigua avenida de la Victoria es ahora avenida Vladimir Putin. Ramzan Kadirov le dio ese nombre el año pasado. El responsable del inicio de la segunda guerra y sus consecuencias en Chechenia, el resto del Cáucaso y toda la Federación Rusa es recordado en la principal arteria de Grozni, entre fotografías y lemas que agasajan al presidente actual y su padre, impuesto por Moscú y muerto en atentado de los independentistas en 2004.
La reconstrucción se extiende por todo Grozni, centenares de grúas levantan sobre las ruinas de una ciudad que fue completamente arrasada. Son muchos los restos de metralla en los edificios, pero van desapareciendo a grandes pasos. Resulta chocante que muchos de los obreros de la nueva capital chechena sean emigrantes de Azerbaiyán y otras ex repúblicas soviéticas, mientras la tasa real de paro que existe en Chechenia supera con creces el 70% de la población activa.
Llegamos a un barrio de las afueras. El joven nos pide que le llamemos Aslan; «ése era el nombre de mi torturador». Sus muñecas muestran el intento de suicidio de su último secuestro. «La primera vez fue en Ingushetia. Estaba en casa de mi abuela cuando se produjo una zachistka. Como no tenía allí mis documentos, se me llevaron. Estuve un día en Magas y al día siguiente me llevaron en helicóptero a Osetia del Norte». Allí estuvo seis meses, en un gran agujero excavado en la tierra «a una profundidad de tres metros, con el agua hasta las rodillas. Me interrogaron, me golpearon con bates, me torturaron con electrodos y me amenazaron con matar a toda mi familia si no admitía haber participado en el secuestro de Beslán». Quedó en libertad a los seis meses gracias a la labor de un organismo de derechos humanos, cuando sus familiares ya habían celebrado su funeral. «En Pervomaiskaya habían hallado tres cuerpos enterrados y uno de ellos se parecía mucho a mí».
Mentir por instinto
Hace un año se repitió el infierno. «Acababa de volver del trabajo cuando asaltaron la casa, me preguntaron el nombre y me secuestraron. Me metieron en un coche con una bolsa en la cabeza y se repitieron las torturas, con multitud de interrogatorios. Pero esta vez eran chechenos». Los jueces nunca le hicieron el menor caso a sus heridas, «se rieron claramente de mis marcas, diciéndome que me habría peleado con otros prisioneros. Les pedí que me examinara un médico, y se negaron». Así, Aslan lo tuvo claro cuando encontró una cuchilla de afeitar: «Cuando pierdes toda la esperanza, el suicidio parece la mejor salida».
Aslan habla de lo bonita que está la ciudad «gracias a nuestro presidente». El instinto de supervivencia, mezclado con el terror hacia cualquier vecino, hacen repetir la coletilla oficial. Le intentamos hacer ver que puede expresarse con libertad, que no mostraremos su cara. «Si no fuera por mi familia, por las amenazas que lanzan cada día en la televisión, ahora mismo me uniría a los chicos en la montaña».
El año pasado la detención y muerte de un disparo en la cabeza mientras estaba en el coche policial de Magomed Yevloyev, líder opositor y dueño de la página de internet ingushetia.org. provocó una ola de protestas que culminó con el cese del gobierno de Murat Ziazikov en la república de Ingushetia. El dedo acusador en el último crimen de Chechenia apunta claramente al presidente prorruso. No parece que la «indignación» que expresó Dimitri Medvedev le vaya a llevar a tanto en Chechenia, pero su credibilidad también está en entredicho.
El presidente ruso, Dimitri Medvedev, reconoció ayer que la situación en el Cáucaso Norte sigue siendo «muy muy difícil» e instó al Ejército ruso, a las policías de cada república y a los servicios de seguridad a una mejor coordinación.
Los analistas aseguran que el Kremlin ha cometido un grave error al no adaptarse a la decisión de la guerrilla de extender el conflicto fuera de Chechenia y a su nueva estrategia, que opera en pequeños grupos con gran movilidad.
Todavía convaleciente de las graves heridas tras el atentado de finales de junio, el presidente de Ingushetia, Iunus-Bek Evkurov, rompió su silencio para prometer que «eliminaremos» a los rebeldes que no depongan las armas.