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Txisko Fernández Periodista

En tránsito hacia un estado de malestar

El denominado «estado del bienestar» se desarrolló en muy pocos países o en breves periodos de tiempo, pero se generalizó a través de todos los medios de comunicación

El cineasta donostiarra Elías León Siminiani ha sido capaz de analizar en un corto de apenas doce minutos, «El tránsito», tanto los pilares del sistema socio-económico occidental, que él denomina «el produccionismo», como el ritmo de vida que ese modelo impone a las personas que habitan una gran metrópolis. Su tránsito hace hincapié en ese espacio de tiempo que transcurre en las idas y venidas al puesto de trabajo. Un tiempo que sirve para mantener desocupadas las mentes de las personas productoras-consumidoras, quienes, en caso contrario, podrían pensar y acabar percatándose de que este sistema les obliga a llevar una forma de vida que les provoca un profundo malestar. (Entiéndase que la frase anterior es de cosecha propia y, por tanto, no imputable al cineasta).

Si el tránsito es un estado natural para la mayoría de los animales, también lo es para las sociedades humanas. A partir de la mitad del siglo XX, en la sociedad occidental se instaló en la política, en la economía y en el conjunto de las ciencias sociales la expresión «estado del bienestar», que muchos «pensadores» -término que en sí mismo ya excluye a la mayoría de sus congéneres de la capacidad de pensar- ensalzaron como el «final (feliz) de la Historia». Se trataba de un tránsito que nos llevó desde las calamidades de la postguerra hasta un crecimiento económico que daría paso a un modelo social en el que el Estado jugaba el papel de equilibrador entre los capitalistas y las clases trabajadoras. Realmente, ese modelo se desarrolló en muy pocos países o en muy breves periodos. Pero, aun así, el «estado del bienestar» se generalizó de tal forma a través de todos los soportes comunicativos -los mítines, la prensa, la universidad, el cine...- que hay quien rememora con más facilidad lo felices que eran los protagonistas de los reportajes de las revistas del corazón o las series de televisión que lo jodido que era trabajar los sábados, mantener las huelgas dos, tres, cuatro... semanas sin cobrar ni un céntimo, compartir piso entre varias familias, sin ahorrar esfuerzos para que los hijos -las hijas, después- entraran en la universidad...

Por supuesto que ahora estamos mejor, mucho mejor, y no hay que estar machacando con lo que pronto serán las nuevas batallitas del abuelo, y éste ni siquiera hizo la mili. Lo que nos debe preocupar es saber hacia dónde transitamos en estos momentos. Por poner un par de ejemplos: Sarkozy llegó al Elíseo dispuesto a tomar medidas para modificar el estado social francés, que catalogó como «insostenible financieramente»: ampliación de la jornada laboral de 35 horas, nada de reemplazar a los 22.700 funcionarios que se jubilarían en un par de años... Zapatero, por su parte, llegó a La Moncloa prometiendo «más estado del bienestar» y, ya ven, cada día más recortes: ayer, el de las cotizaciones de los empresarios a la Seguridad Social. Tanto el uno como el otro me generan un cierto estado de malestar.

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