Koldo LANDALUZE

El irreductible Eliseo Subiela persevera en su empeño por engrosar una filmografía que basa toda su fuerza e interés en el manierismo visual y en un discurso existencial que en la mayoría de las ocasiones resulta cargante. La presunta carga intelectual con la que el autor de «La conquista del paraíso» pretende dotar a sus crónicas existenciales, dan como resultado un conjunto artificioso y pedante que adolece de fuerza y emoción. En resumen, podría decirse que nadie habla como lo hacen en las películas de Subiela.

En esta oportunidad, el cineasta argentino apuesta por una historia existencial sobre la vida, el amor y la muerte en la que cobra especial relevancia su envoltorio: el amor tántrico.

Desde los ya lejanos días en los que Sánchez Dragó se convirtió en el principal divulgador de esta exótica «técnica» sexual, muchos han sido los tratados y chistes de diverso calibre que han inspirado estos juegos con los que se perpetúan de forma místico-agotadora las relaciones sexuales. Subiela apuesta por el rigor seudofilosófico a la hora de plantear la crónica emocional de dos jóvenes que, tras conocerse fugazmente, inician una tórrida relación en la que predomina lo que los protagonistas denominan «el sexo puro». A pesar de que el argumento nos pueda remitir tímidamente a la propuesta de Michael Winterbottom «Nine songs», poco o nada tienen en común. La relación sonora-sexual del británico resulta mucho más creíble que la que plantea el argentino, ya que en la primera el espectador tropieza con un encadenado de secuencias en las que se es partícipe de unas relaciones perfectamente creíbles y humanas. En cambio, en «No mires para abajo» asistimos a un ritual erótico protagonizado por maniquís en constante posado. Los amantes de Winterbottom gimen y sudan, los de Subiela levitan.

Para colmo de males, el autor pretende recargar cada escena con todo tipo de referencias que lastran el ritmo y convierten un acto pensado para el gozo en un agotador escaparate de formas y palabras frías y distantes.