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ANÁLISIS El conflicto de Oriente Medio

EEUU e Israel viven el momento más amargo de su relación

El anuncio de Benjamin Netanyahu de que seguirá con los planes de construir una nueva colonia en Jerusalén ha dejado en evidencia que las relaciones de Israel con EEUU atraviesan actualmente el peor momento desde la instauración del Estado sionista en 1948.

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Martxelo DÍAZ

Desde la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca, las relaciones entre EEUU e Israel son peores que nunca, a lo que ha contribuido notablemente que el Estado sionista esté hoy gobernado por uno de sus ejecutivos más derechistas y excluyentes, dirigido por Benjamin Netanyahu con el apoyo de Avigdor Lieberman y Ehud Barak.

Esta semana ha quedado en evidencia el desencuentro entre Washington y Tel Aviv, después de que Netanyahu anunciase que autorizaba la construcción de una nueva colonia sionista en Sheij Jarrah, en el este de Jerusalén. De este modo, Israel hacía oídos sordos a los requerimientos de Washington, que había reclamado la congelación de las colonias -que no se construyan nuevas y que no se amplíen los existentes- en Cisjordania.

El Departamento de Estado convocó al embajador israelí en Washington, Michael Oren -nacido en Nueva York como Michael Borenstein-, para advertirle de que el municipio de Jerusalén debía detener la construcción de la colonia de Sheij Jarrah.

Este paso de la Administración Obama hubiera sido impensable con George Bush en la Casa Blanca. O con cualquiera de sus predecesores, que mantuvieron una relación privilegiada con Israel pese a los desmanes que pudiera cometer el Estado sionista.

Con Obama parece que esta relación privilegiada puede resquebrajarse, aunque es posible también que la protesta diplomática se quede en un mero fuego de artificio, uno más, en el conflicto entre sionistas y palestinos. Si Bush quiso resucitar en Annapolis el cadáver del proceso de paz para retirarse de la Presidencia con algún elemento positivo en su haber, Obama parece más interesado en Afganistán -eje de su política exterior- y no quiere que los excesos de Netanyahu le compliquen la existencia en Oriente Medio.

Especialmente, cuando trata de buscar un acercamiento hacia el mundo árabe e islámico, tal y como expresó en el discurso que pronunció en la Universidad de El Cairo.

Obama no quiere que el patio se le alborote en Palestina y se lo dejó muy claro a Netanyahu en la reunión que ambos mantuvieron en la Casa Blanca en mayo. Entonces, Obama recordó a Netanyahu que en la Hoja de Ruta suscrita en 2003, Israel se comprometió a detener la expansión de colonias sionistas en Cisjordania. Este acuerdo nunca ha sido operativo e Israel ha hecho lo que ha querido, siempre con el visto bueno -o el silencio cómplice que da vía libre- de Washington.

Desde 2003, Israel no ha dejado de construir nuevas colonias y de ampliar las existentes. Desde entonces, ha levantado el Muro del Apartheid. Todo ello, con el objetivo claro y expreso de robar la mayor tierra posible a los palestinos, al margen de lo que establezca la legislación internacional.

Según datos de B'Tselem, el Centro Israelí de Información sobre Derechos Humanos en los Territorios Ocupados, desde que Israel firmó la Hoja de Ruta en 2003 la población en las colonias sionistas ha aumentado un 37%. Más de 190.000 sionistas viven ilegalmente en colonias instaladas en los barrios palestinos del este de Jerusalén, mientras que los palestinos son 270.000.

Por ello, que el Gobierno de EEUU proteste diplomáticamente por una nueva autorización para construir una colonia es algo que resulta insólito.

La hipótesis de una «colisión» entre EEUU e Israel aparece recogida en el informe anual del Instituto de Estudios para la Seguridad Nacional (INSS), vinculado a la Universidad de Tel Aviv. «La perspectiva de una colisión con Washington es muy preocupante, los responsables del Departamento de Estado ya han comenzado a mencionar la posibilidad de sanciones económicas» contra Israel, afirmó a la agencia France Presse el general en la reserva Shlomo Brom, uno de los autores del informe.

El general Brom llega a mencionar que EEUU se podría negar a vender a Israel aviones F-35 que el Estado sionista quiere destinar a reforzar su sistema de defensa aérea. De confirmarse esta negativa, nos encontraríamos ante la confirmación de un giro de 180 grados en las relaciones entre Washington y Tel Aviv.

En cualquier caso, esta semana Israel ha querido mostrar que está dispuesto a seguir con su política pese a la oposición de Washington. «Nuestra soberanía sobre Jerusalén es indiscutible. No podemos aceptar este tipo de demandas sobre Jerusalén Este. Deseo dejar esto claro: Jerusalén unificada es la capital del pueblo judío en el Estado de Israel», declaró Netanyahu al diario «Yediot Aharanot».

Dicho en otros palabras: Israel hará lo que quiera en los territorios que ocupó ilegalmente y por la fuerza en 1967. No permitirá «injerencias» de Washington ni de nadie en su colonización de los territorios ocupados, cuyo objetivo es que sólo vivan judíos en esa tierra. La opción que les queda a los palestinos es marcharse de sus casas, una nueva Naqba, o aceptar que son ciudadanos de segunda frente a sus amos sionistas.

Por si quedaban dudas, Netanyahu también ha confirmado esta semana que Israel no tiene la mínima intención de detener la construcción del Muro del Apartheid, que ha sido denunciado en numerosos organismos internacionales por su ilegalidad y porque supone una conculcación de los derechos y de las condiciones de vida de los palestinos.

Por si había dudas, el ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman -que vive en la colonia de Nokdim, al sur de Belén-, ha ordenado a todas las embajadas que distribuyan una foto del antiguo gran mufti de Jerusalén Amin al-Husseini con Adolf Hitler en un intento de desacreditar las críticas que ha recibido la construcción de la colonia Sheij Jarrah.

El pulso entre Netanyahu y Obama tuvo un segundo escenario en el discurso que el primer ministro israelí pronunció en junio en la Universidad de Bar Ilan, uno de los principales centros ideológicos del sionismo. Entonces, Netanyahu se comprometió a no construir más colonias, tal y como le había pedido Obama. Y recibió el aplauso de Washington. Es cierto que esta declaración estuvo acompañada de exigencia imposibles de asumir por los palestinos para continuar con el diálogo. Netanyahu señaló que reconocería un Estado palestino siempre que no tuviera fronteras reconocidas y fuera desmilitarizado. De todo eso, que era una nadería, parece que ya se ha olvidado completamente.

Además, negó el derecho al retorno a los refugiados y destacó que Jerusalén seguiría siendo la «capital indivisible» del Estado nacional judío.

Este anuncio es clave para entender el motivo por el que Netanyahu ha autorizado ahora la construcción de una nueva colonia, puesto que uno de los objetivos del Gobierno de Israel es la judaización de Jerusalén.

Lo que se busca es expulsar al mayor número posible de palestinos de las zonas que habitan en Jerusalén, para que, con su habitual política de hechos consumados, en la simbólica ciudad únicamente vivan judíos.

Netanyahu utilizó un argumento obsceno para tratar de justificar la autorización para la colonia de Sheij Jarrah, el de que no se podía impedir que los judíos vivan en la zona que deseen de Jerusalén.

Obviando que la parte este de la ciudad fue ocupada por Israel ilegalmente en 1967, el argumento de Netanyahu cae sobre su propio peso si se recuerda que miles de palestinos han visto cómo el Ayuntamiento de Jerusalén les ha derribado su casa porque no tenían permiso de construir. Evidentemente, no tenían permiso para construir porque las autoridades israelíes se lo han negado en base a su política de judaización de la ciudad. Dicho de otra manera, Netanyahu defiende que los israelíes puedan vivir en cualquier zona de Jerusalén (y de Cisjordania) y, al mismo tiempo, impide que los palestinos puedan vivir en esa ciudad.

En el proceso de judaización, esta semana se ha producido una nueva agresión. El ministro israelí de Transportes, Israel Katz (miembro del área dura del Likud), anunció que procederá a «estandarizar» las señales de tráfico de Jerusalén, de Cisjordania y de los territorios de 1948. Lo que el Gobierno israelí denomina «estandarizar» supone eleminar los topónimos árabes e ingleses para ser sustituidos por transcripciones literales de los nombres en hebreo. Actualmente, las señales recogen los topónimos en los tres idiomas.

Por ejemplo, Jerusalén -que en árabe se denomina Al-Quds y en inglés Jerusalem- pasará a estar escrita Yerushalayim, la trascripción del nombre hebrero a los otros dos idiomas. Lo mismo ocurrirá con Nazareth o Al-Nasra (en árabe), que pasará a denominarse Natzrat. Jaffa será a partir de ahora Yafo. Nablús se convertirá en Shechem y la forma árabe de Hebrón (Al-Jalil) desaparecerá.

Si algo bueno tienen los políticos israelíes es que son claros a la hora de explicarse. «No permitiré que los palestinos usen los nombres de las comunidades que existían antes de 1948 [instauración del Estado de Israel] en nuestras señales de tráfico. Este Gobierno y, desde luego, este ministro no permitirán que nadie cambie el nombre judío de Jerusalén por el palestino de Al-Quds», explicó Katz.

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