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Un secuestro que se repite

«Asalto al tren Pelham 1 2 3»

La revalorización del cine de acción de los años setenta ha hecho que la película de Joseph Sargent, basada en el best-seller de John Godey, se convierta en poco menos que un clásico, sobre el que se vuelve con la discutida innovación de una persecución final por las calles de Nueva York, fuera del escenario original de las soterradas vías del metro.

Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

«Pelham uno, dos, tres» fue de esas películas no muy consideradas en su momento, pero reivindicadas después a medida que el cine comercial de los 70 iba ganando en comparación con el de las décadas posteriores. Se la ninguneó porque estaba dirigida por Joseph Sargent, que siempre fue un artesano dispuesto a aceptar encargos menores como lo pueda ser una secuela de «Tiburón».

Pero los pases televisivos se han encargado de revalorizar aquella película, haciendo ver que detrás de ella hubo un eficaz equipo en el que estaba el «coppoliano» montador Jerry Grrenberg o Peter Stone, guionista de Donen, además de un gran elenco encabezado por Walter Matthau y Robert Shaw. De que la televisión ha sido su refugio no hay duda, porque dicho medio fue el primero en hacer una nueva adaptación de la novela original de John Godey en 1998, con Edward James Olmos y Vincent D'Onofrio.

Por lo tanto, la llegada de la obligada revisión cinematográfica sólo era cuestión de tiempo, siendo el primero en encargarse de escribir un nuevo guión David Koepp, aunque únicamente sirvió para comprobar que sus intentos de actualización del viejo argumento, a base de incorporar tecnología como los teléfonos móviles, no funcionaba.

Por esta razón, el proyecto pasó finalmente a manos del guionista Brian Helgeland, más cercano al cine negro, y decidido a volver sobre un esquema de intriga policial de corte clásico. En consecuencia, el reparto también debía de ser experimentado, y de ahí el duelo estelar entre Denzel Washington y John Travolta. El director encargado de apoyar dicho emparejamiento, un tanto a la baja de cara a la taquilla, ha sido el también veterano Tony Scott. El hermanísimo es de los que no se aviene a rebajar tensión visual en aras de la calificación por edades, así que una vez más estaba dispuesto a no eliminar el lenguaje inapropiado ni los estallidos de violencia, respaldado por su habitual equipo con Chris Lebenzon en el montaje y Harry Gregson-Williams en la composición de la banda sonora.

La diferencia fundamental, no obstante, entre la película setentera y la actual está en su presupuesto, ya que «Asalto al tren Pelham 1 2 3» se sitúa entre las producciones caras de hoy en día, porque en cuanto se rebasan los cien millones de dólares hay que hablar de un proyecto solamente al alcance de la industria de Hollywood.

Menos puede ser más

Esto va en detrimento del remake frente a la primera adaptación del best-seller de John Godey, dado que la realización de Joseph Sargent era más inteligente en sus resoluciones a falta de grandes medios. Por el contrario, Tony Scott ha de utilizar el dinero invertido en persecuciones que no vienen a cuento. Según el texto de Godey, no eran necesarias, puesto que se trata de la lucha sicológica entre un grupo de hombres enfrentados en una carrera contra el reloj para resolver una situación límite, la cual pone en riesgo la vida de unos ciudadanos inocentes, utilizados como rehenes en el secuestro de un vagón de metro a cambio de un rescate millonario.

La gracia estaba en que toda la acción transcurría en el subsuelo, lo que aumentaba la sensación de claustrofobia con la consiguiente presión añadida. Pero al sacar a los dos principales protagonistas a la calle, en una aparatosa persecución final con todo lujo de vehículos policiales por tierra y aire, se pierde parte de la fuerza ambiental cayendo en una espectacularidad gratuita. Es ésta una tendencia habitual que suele costarle a Tony Scott la mala fama que arrastra como realizador pirotécnico.

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