Alizia Sürtze | Historiadora
¿Obama: falta de memoria o demagogia?
El 11 de julio, Barack Obama, el para algunos «nuevo Kennedy» y para otros «nuevo Mandela», eligió Accra, la capital de Ghana, para hacer su primera visita presidencial a África. Desde Accra, entre el fervor popular y en un mediático discurso retransmitido en todo el continente por proyecciones públicas organizadas desde las embajadas norteamericanas, se sirvió del efecto emocional de sus raíces para decir a los africanos que los males que les aquejan no son responsabilidad de Occidente y aunque, eso sí, en la lucha contra el terrorismo, pueden contar con EE.UU. (¡faltaría más!), los 700.000 niños menores de cinco años de más de lo que se esperaba que van a morir en 2009 no tienen al parecer nada que ver con la crisis provocada por el neoliberalismo sino con que los subsaharianos «no se lo han sabido montar». Ahí está él como imagen viviente de ese antisolidario, individualista, capitalista y mentiroso mito yanqui de que el que quiere puede.
Sólo una desmemoria galopante, un analfabetismo histórico o una ocultación de información por parte de sus equipos podrían explicar semejantes afirmaciones. Pero como ninguna de esas posibilidades pueden ser ciertas, no nos queda sino intentar descifrar qué claves esconden el discurso de Obama y su elección de Ghana, y recordar, una vez más, el papel nada inocente de EE.UU. en África, incluidos su presencia militar y sus bases, la depredación de sus transnacionales, el colonialista crecimiento exponencial de sus iglesias evangélicas y ONGs varias, la idea de que, en esta coyuntura de recesión, el continente negro es, para Washington, «la última frontera económica» y el palpable hecho de que, con hard power a lo Bush o smart power a lo Hillary Clinton, la máquina de guerra del Pentágono y las intrusiones en los asuntos internos de otros países sigue siendo la piedra angular de la política extranjera yanqui. Ahí tenemos el golpe de estado de Honduras, de clara inspiración norteamericana, para socavar la bolivarización de América Latina.
Africa nos es bastante desconocida por lo que, a la hora de hablar de su gigantesco territorio, suele convenir colocarse delante de un mapa. O mejor, de varios: uno político, otro de localización de los riquísimos recursos naturales y de las vías de transporte de los mismos, otro de zonas pasadas y presentes de conflicto tras la descolonización, otro de disponibilidad de alimentos, donde se ve que en África están los países con menor ingesta de calorías por persona...
Así, por ejemplo, podremos ver que Ghana, por su situación geográfica y su actual estabilidad política, es el eslabón esencial del dispositivo de seguridad yanqui en el Golfo de Guinea, zona estratégicamente vital para EE.UU., que para 2020 piensa importar de África la cuarta parte de sus necesidades de hidrocarburos. Además, Ghana está a punto de sacar sus primeros barriles de un recién descubierto extraordinario yacimiento de petróleo de gran calidad y barato, para el que tiene ya unos cuantos «pretendientes», y el Pentágono, además de la base naval prevista en Santo Tomé y Príncipe (o sea, justo al lado), le tiene echado el ojo a ese pequeño país como posible sede de Africom, el comando militar africano, que ningún otro Estado del continente, salvo Marruecos, ha querido acoger... Sin olvidar que por ahí anda una potencia emergente como China, ofreciendo contratos económicos más beneficiosos e invirtiendo, a cambio de petróleo y otras materias primas, en infraestructuras, hospitales, escuelas, carreteras, pantanos...
Dicen que en su paseo triunfal por las principales avenidas de Accra, la mayoría de los edificios que pudo contemplar Obama habían sido financiados o cofinanciados con créditos preferenciales por el Exim Bank de China, que por medio de esos acuerdos bilaterales, condiciona la libertad de movimientos y la capacidad de presión y de enriquecimiento de esos mecanismos neocoloniales occidentales como el Banco Mundial o el FMI que, hasta hace poco, habían hegemonizado y utilizado las «ayudas» a su favor. Parece pues bastante claro que, siendo África básica para los intereses económicos y geoestratégicos yanquis, Obama ha sacado a relucir sus raíces y sus presbiterianas ideas precisamente en Ghana como símbolo de que a sus empresarios les interesa invertir en lugares seguros (democráticos los llaman) y de que van a «desalentar» los golpes militares ahí donde EE.UU. tenga intereses y/o compita con otras potencias como China.
Es decir, en esa «combinación de idealismo y realismo» que, en palabras de Hillary Clinton, es el smart power, es más que probable que EE.UU. lance ofensivas y provocaciones en lugares en guerra como Sudán, Zimbabwe o Nigeria, mientras utiliza un lenguaje más «sutil» en zonas más estables o políticamente y económicamente más independientes. Desgraciadamente para África, a no ser que dirigentes de países teóricamente poderosos como el Congo y otros opten por aprovechar inteligentemente el margen de maniobra que les da el tener más de un aspirante a explotar sus recursos, el petróleo y demás riquezas van a seguir siendo la maldición de los subsaharianos y las pugnas por su control van a hacer que la lucha por la hegemonía planetaria se ventile en parte en suelo africano y que EE.UU. convierta el territorio en otro frente de la lucha contra el «terrorismo». Todo menos perder influencia.
No hay más que ver el empeño en instalar Africom, cuyo objetivo no es, como dicen, el de ser «un guardián humanitario en la guerra global contra el terror», sino controlar el petróleo africano y su sistema de reparto. Ahí están, como prueba de ello, la Combined Joint Task Force Horn of Africa, fuerza conjunta colocada en el estratégico Cuerno de África, justo en el extremo opuesto del Golfo de Guinea, por cuya ruta marítima circula el cuarto de la producción petrolífera mundial. Y la base yanqui de Djibouti, en el mismísimo paso entre el mar Rojo y el Golfo de Adén. O el dispositivo Pan Sahel, para controlar las rutas de petróleo que pasan por Chad, Camerún o Sudán hasta el Magreb, donde la cooperación militar norteamericana con Argelia y Marruecos se va implantando, muy a pesar de Francia.
Portaviones, bases militares navales y aéreas, agencias de información... Que el padre de Obama sea de Kenia no quita para que él sea el muy norteamericano presidente de la superpotencia. No es sólo que, como recuerda Fidel Castro y ha omitido Obama, EE.UU. lleve casi siete décadas promoviendo guerras e intervenciones, tanto dentro como fuera de África. No es sólo que estuviera (y siga estando) la CIA detrás de los asesinatos o derrocamientos de grandes líderes revolucionarios africanos como Lumumba o el ghanés Kwame Nkrumah, que contrariaban las ansias neocolonialistas occidentales porque tenían claro que no estaban en territorio africano para proteger los intereses de sus pueblos. Es que el papel que le toca cumplir a Obama en África es, salvo pequeños detalles, el mismo que le tocaba cumplir a Bush: defender los intereses económicos y geoestratégicos de Washington y sus potentes lobbies económicos. Aunque él haga uso de sus lejanos orígenes esclavos para ocultar la palpable realidad.
Obama hace pues demagogia cuando insta a los africanos a tomar en sus manos las riendas de su futuro. Porque llevan tiempo destruyendo todo aquel gobierno legítimo que no responda a sus intereses y porque, como dijo el líder panafricanista Nkrumah, «la mejor manera de ser un país independiente y soberano es ser un país independiente y soberano». Y, para eso, sobran todas las bases militares, las armas de destrucción y los diferentes tipos de intervencionismo. Es decir, sobran emperadores extranjeros, tengan el origen que tengan.