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Ruth Peña y Rosa Lago (*) Participantes en la Acampada contra el TAV de Izurtza

Las luces del no

 

Escribimos desde la 14ª Acampada contra el TAV, en Izurtza. Somos cientos de personas reunidas para hacer frente al desarrollismo, enfermedad que pone en peligro la vida en la Tierra. Muchas veces se nos califica de anti-todo. ¿No será acaso que aplicar una visión global obliga a cuestionar todo este modelo social? Haciendo un repaso de la prensa escrita nos asombra ver la cantidad de ideas peregrinas que los dirigentes son capaces de verbalizar al intentar convencernos de las bondades del Tren de Alta Velocidad.

Si fuésemos potenciales votantes a las que van dirigidos estos mensajes simplones y sin contenido nos sentiríamos ofendidas, al haber sido consideradas por el emisor (el gobierno) como un saco vacío sin capacidad de raciocinio ni de pensamiento propio. El emisor de estos mensajes no duda que compartimos unos supuestos que él considera absolutos, pero que son absolutamente cuestionables.

Según ellos Euskadi es una isla incomunicada del mundo que esta pidiendo a gritos un TAV que le saque de su aislamiento. ¿Quién espera que alguien se crea realmente esto? Todo el mundo sabe que cada vez nos desplazamos más y ahí tenemos nuestro territorio saturado de infraestructuras acabadas, en construcción o en proyecto, aspirando a «colmatarlo».

La movilidad es casi obligatoria hoy en día. El espacio urbano difuso y caótico nos hace invertir cada vez más tiempo (no remunerado, por cierto) en desplazamientos de casa al curro y viceversa. Y por si ello fuera poco, llegan las vacaciones y hay que aguantar un sinfín de tiempos muertos en no-lugares tipo aeropuertos, para que al llegar al enclave más exótico del mundo nos lo encontremos invadido de turistas tan exóticos como nosotros. ¡Qué divertido!

Ante esto, unas cuestiones bailan en nuestras cabezas. Tanto movimiento obligado ¿no será porque nuestras vidas las dirigen terceras personas mientras nos creemos libres y modernas? Y tanto movimiento voluntario ¿no será síntoma de una profunda insatisfacción con nuestro día a día? De hecho, si nuestra vida nos complaciera no desearíamos escapar a la primera de cambio. ¿No será el TAV una forma de huir, un escapar de nosotras mismas, un escabullirnos a ninguna parte? Y al discurrir en gran parte bajo tierra ¿no nos situaría en la antesala del mismísimo infierno?

También nos fascina leer que el TAV atraería aún más turistas a nuestras capitales. Parece que esta cuestión es vital y por ello uno de los mayores quebraderos de cabeza de los dirigentes. Pero... ¿cómo nos hablan de progreso y desarrollo mientras nos recetan la fórmula del turismo, que ha llevado a la ruina a países enteros al hacerlos dependientes del exterior, y por lo tanto vulnerables a los vaivenes macroeconómicos? ¿Qué turista va a considerar nuestra tierra exótica y visitable una vez que el cemento y el asfalto nos hayan engullido casi por completo?

Además de para leer, los ojos nos sirven para mirar a nuestro alrededor (cada vez más degradado). La evidencia de la realidad en las obras del TAV (desmontes, canteras, escombreras, zanjas, accesos vallados, túneles, militarización) pone de manifiesto las mentiras de los dirigentes. ¿Qué tiene de sostenible una infraestructura que está creando una insalvable barrera y haciendo aflorar el desierto?

¿Cómo puede ADIF utilizar fotografías ampliadas de la destrucción que se aprecia en las zanjas de las obras del TAV para hacer su propaganda junto a la leyenda «progreso»? ¿No les llega con el presupuesto de 6.000.000.000 de euros para hacer campañas más inteligentes y subliminales, o es que sus asesores y publicistas están mal pagados (o bien apagados)? ¿O es que nos tienen por tontas de remate?

Decir que sí ciegamente a todo lo que plantea la clase dirigente desde sus púlpitos mediáticos es sintomático del grave estado de salud de esta democracia. Por suerte somos muchas las «anti-todo» que desafiamos el pensamiento único y que reflexionamos por nosotras mismas.

Por todo esto cada día estamos más orgullosas de decir no. No a la administración de la nocividad y a nuestra complicidad con ella. No a la destrucción de la tierra, que es la base de nuestra economía y de nuestra vida. No al Tren de Alta Velocidad. Ni lo queremos ni lo necesitamos.

(*) También firman este artículo Beatriz Arana, Nuria Castañé, Marta Luxan, Luis Iriarte, Cristina Leralta y Sara Otaño.

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