Mertxe AIZPURUA Periodista
Cuando el nombre sí importa
Lo de llamar a las cosas por su nombre, -al pan, pan y al vino, vino, que decían las abuelas- tiene su importancia. La tenía en aquellos tiempos en que la gente moría de otra forma: si no era infección o epidemia, el corazón, por lo general ya cansado, decidía plantarse y se paraba. Ahora, cuando las razones posibles por las que alguien se muere han aumentado exponencialmente, la cuestión es que ya no sabemos de qué morimos. ¿Recuerdan que esta gripe A, llamada también H1N1, fue antes nueva gripe, antes de ello influenza y en un principio, gripe porcina? Yo, casi no, pero hoy ha debido alertarse mi lado conspiranoide. Nunca es banal un cambio de nombre. La estafa mundial a la que asistimos lo necesitaba. Lo de la gripe porcina quedaba mal. Piensas en cerdo y esa imagen te lleva al primer foco donde surgió la enfermedad. Veracruz, México, una gigantesca granja propiedad de la multinacional Smithfield Foods, donde la producción porcina alcanza increíbles niveles de éxito. Crecimiento exponencial de la producción acorde al crecimiento exponencial de las epidemias. ¿Recuerdan la gripe aviar? No fue para tanto en los humanos, aunque supuso una suerte de holocausto para la especie animal. Curiosamente, el Tamiflú, uno de los dos antivirales que son el único tratamiento posible para la gripe porcina -perdón A-, servía también como medicamento contra aquella otra gripe. Quizá pecaron entonces de exceso de producción. En cada nueva epidemia, son las empresas biotecnológicas y farmacéuticas las que monopolizan las vacunas y los antivirales. Es el negocio redondo, el que empieza en la superproducción a destajo y termina en las pandemias para humanos. Este eufemismo de la crisis sanitaria global es una buena oportunidad de negocio. Se llame como se llame.