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Fede de los Ríos

Angiolillo en el corazón

Que uno sonría, sin poderlo remediar, cuando recuerda el nombre de Angiolillo o Argala ya le convierte en carne de prisión. Es la democracia española

AMelitón Manzanas González, una víctima del terrorismo, el Estado español le concedió la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil que le otorga el tratamiento de Excelencia. El Tribunal Supremo posteriormente ratificó dicha condecoración. Es lo que tiene vivir en un Estado democrático y de Derecho.

No era la primera vez que su Excelencia recibía los honores del Estado. En su haber contaba con más de cincuenta felicitaciones públicas, entre ellas otra Cruz, la del Mérito Policial con distintivo rojo. Es de suyo que el Estado pague a sus servidores, sobre todo si en el empeño de su labor destacan por su celo profesional. Y nadie duda de su celo. Comunistas, socialistas, anarquistas y nacionalistas conocieron los hábiles interrogatorios del antiguo colaborador de la Gestapo alemana y su equipo formado por los policías Félix Ábalos, Antonio Murga, Eloy Palomo, Jesús Ortega, Pérez Abril y Sierra Gabalzón para combatir el terrorismo y la subversión.

Su Excelencia Melitón murió en Irun a las tres y media de la tarde tal día como hoy de 1968 a manos de un comando de ETA.

El próximo sábado celebramos también, -es un decir-, la muerte en el balneario de santa Águeda (Arrasate) de Antonio Cánovas del Castillo, Presidente del Gobierno español, en 1897 a manos del anarquista Michele Angiolillo Lombardi, tipógrafo y periodista italiano, en respuesta a la política colonial que, en Cuba, había generado casi medio millón de muertos y al encarcelamiento de cuatrocientos libertarios. Muchos murieron durante los interrogatorios; de los ochenta y siete juzgados, ocho de ellos fueron fusilados en Montjuïc; nueve condenados a pena de prisión y los setenta y uno, absueltos de todo cargo, fueron desterrados al Sáhara. Y es que Cánovas, ferviente defensor de la esclavitud de las razas inferiores, era un hombre con unos principios y una ética sustentados en unos valores meridianamente claros: «La libertad sin una autoridad fuerte e incólume, no es libertad al cabo de poco tiempo, sino anarquía». No es de extrañar que su ideario político impregne la Fundación FAES (antes llamada Fundación Cánovas del Castillo), donde, junto con Aznar, imparte conferencias Feliciano Fidalgo, aquél secretario de CCOO a quienes unos violentos trabajadores de SINTEL le sacudieron en la testa.

En Málaga acaban de poner una placa conmemorativa de Cánovas del Castillo, otra víctima del terrorismo, en el Consistorio. Al parecer los que cayeron defendiendo el orden establecido deben de gozar de honor y reconocimiento. Los que murieron combatiéndolo, al no resultar victoriosos, el oprobio y el olvido.

Para el Gobierno que Luis Carrero Blanco, víctima de atentado de ETA, sea el nombre de calles y plazas en ciudades y pueblos españoles es algo normal. Que alguna plaza vasca lleve el nombre de José Miguel Beñarán Ordeñana «Argala», muerto en atentado por los servicios de seguridad del Estado, resulta hiriente e inaceptable. Que uno sonría, sin poderlo remediar, cuando recuerda el nombre de Angiolillo o Argala ya le convierte en carne de prisión. Es la democracia española.

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