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Anjel Ordóñez Periodista

La crisis y el palique tabernario

La crisis económica ha convertido a no pocos en tardíos pero animosos aprendices de macroeconomía. Las premuras de la hipoteca, el peso plúmbeo de las facturas y el pánico a la última pregunta nos han investido de repentina sabiduría sobre ipecés, euríbors y demás índices antes de intrincado contenido y ahora de familiaridad pasmosa. Hasta fechas recientes, ese terreno acotado del conocimiento socialmente generalizado, de abismal profundidad y origen de numantinas diatribas estaba reservado para el fútbol. Ahora, sin embargo, ya no se hace zapping cuando dan las noticias económicas, se presta atención a las últimas novedades sobre la marcha de la crisis y los más intrépidos hasta bucean en el salmón en busca de recónditos datos con los que poder apabullar en las conversaciones de taberna. Hasta el tiempo, el sacrosanto tiempo, está perdiendo espacio en su más tradicional feudo, el ascensor, en favor de las cuentas de resultados de esta empresa o aquel banco: «¡Qué ladrones!», dice mi vecino. No le falta razón.

Como decía, si cada uno tiene su particular alineación para el Athletic y sería capaz de escribir una tesina de nota sobre por qué Koikili es el mejor lateral izquierdo para el equipo, también está cualificado para interpretar a la perfección los parámetros de la coyuntura económica y hasta de predecir con exactitud meridiana el comienzo del final de esta crisis que no es cosa de broma. Parece que somos así. Por naturaleza eruditos de lo cotidiano, lumbreras de lo indemostrable y sabios de lo incuestionable.

Me pregunto por qué ese alarde de individualismo al analizar la canina situación económica por la que atravesamos no germina en algo más provechoso que el palique tabernario. Por qué los certeros análisis sobre el protagonismo de la Banca, el Gobierno o de la clase empresarial en la historia de miseria que padecemos no afloran a las capas altas de la opinión pública y se traducen en algo sólido: en cambios. ¿Por qué todo sigue igual?, ¿por qué nada se mueve? ¿Tenemos más de lo que creemos?, ¿más de lo que merecemos? No lo creo. Pero lo pregunto.

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