Maite SOROA
El polígrafo
Parece que Pérez Rubalcaba ha decidido pisar a fondo el acelerador, aun a costa de dejar atrás a los «duros» del PP y arrollar en el camino a la Ejecutiva de su partido. Mucho footing va a tener que hacer Rodríguez Zapatero para tranquilizarse tras oir las declaraciones de Rubalcaba en las que decía que la condena del ETA era en realidad una engañufla y que no permitirán presentarse a la izquierda abertzale a unas elecciones ni aunque condenen hasta los atentados contra Carrero Blanco y Melitón Manzanas.
Pero siempre hay quien valora la sinceridad de los políticos. Aunque la «verdad» que defienden sea insostenible no ya en una democracia, sino en un estado de derecho. Ayer, en «La Vanguardia», Florencio Domínguez loaba la audacia de Rubalcaba en un artículo titulado «Condena cosmética». El texto comienza con un dato estadístico, se supone que recabado por el propio Domínguez: «Treinta y nueve veces ha hablado la banda terrorista del titular de Interior en sus mensajes de los últimos dos años y ninguna para bien». ¿Lo habrá hecho con «buscar palabras» o con un ábaco?
Siguiendo al ministro, Domínguez afirma que, «al parecer, los dirigentes de Batasuna, con Arnaldo Otegi a la cabeza, están preparando una puesta en escena consistente en hacer una declaración en la que haya algún tipo de fórmula de rechazo de la violencia para que se les abran las puertas de la legalidad». Domínguez esquiva lo central de la cuestión: ¿desde cuando en una democracia el guardián de esa puerta es el ministro de Interior? ¿Para qué existen entonces los jueces?
Domínguez se apunta al rollo conspirativo -con tentáculos en el extranjero, que siempre vende más-: «La operación se está preparando con el respaldo de algunos mediadores internacionales, concretamente sudafricanos, que están dispuestos a prestarse para hacer de figurantes en el teatro. Lo paradójico es que quieren hacerlo con el visto bueno de ETA, lo que revela la falta de sinceridad y el fraude que esconde el intento». Más allá de lo delirante del relato, Domínguez no tiene empacho en considerar a diplomáticos internacionales como «figurantes» de ETA.
No obstante concede que «no sería la primera vez que Batasuna suscribe una declaración de supuesto desmarque de la violencia», pero advierte de que lo hacía «con los dedos cruzados a la espalda». Sólo les falta pedir que se implante el polígrafo del difunto Julián Lago. El problema es que prefieren ocultar la verdad y negar la realidad.