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La política obsesiva del PSOE incluye el esperpento en las fiestas populares

Patxi López entiende su cargo de una forma peculiar, extensiva. Lo mismo se hace hombre del tiempo para cambiar el mapa, que, por poner el último ejemplo, se autoproclama pregonero mayor de las fiestas para poder escribir el programa. Siguiendo con la cantinela de los «espacios de impunidad» y al grito de «la calle es nuestra», López se subió ayer al balcón de Ajuria Enea para lanzar el txupinazo y ha ordenado que en cada semana grande, en cada fiesta de pueblo y en cada romería de barrio debe darse por incluido un festejo sorpresa por gentileza de su gobierno. Pero no es una idea propia, sino de todo el PSOE, de modo que ha cuajado también en Nafarroa y a cada jolgorio, verbena o batukada, a la que aparece una fotografía, símbolo o leyenda subversiva surgen de la nada, vestidos de rojo, azul o verde unos peculiares cabezudos armados hasta lo dientes que se encargan de devolver la fiesta a los cauces de la normalidad. O sea: misa mayor, bailables y toros.

Cuando la política se hace desde la obsesión termina por caer en el absurdo. Absurdo es atacar las fiestas de un pueblo como Lizarra porque en una batukada, entre quienes cantan y bailan, hay una pancarta por la independencia.

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