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Xabier Silveira Bertsolaria

Videntes, serpientes y seres despreciables

Me acerqué a la mesa y comencé a pedir deseos, uno por uno, los que se me iban ocurriendo: que se me encienda el cigarro solo, fue el primero

Dos semanas de verano no dan para mucho, a no ser, eso sí, que se sea jefe de jefes. En estos casos, cuando se es, sólo ordenar a uno basta para que éste haga lo propio con diez y estos diez otro tanto con cientos o miles. Así, y sólo así, puede ser alguien capaz de llamar mi atención durante dos jornadas consecutivas y acabar plasmado en este recuadro de marras. Llegar y arrasar, ¡joder con el santo!

El autoproclamado amo y señor de las calles pasea sus fieras arrancando el recuerdo de muros pintados, robando las fotos de los secuestrados que nunca jamás serán olvidados por mucha pelota de goma y jarabe de palo que nos hagan tomar. Si cualquier resquicio de impunidad, hasta el más pequeño que sea, ha de ser destruido, que comiencen por barrer Ajuria Enea y mirarse al espejo armados con un buen producto químico limpiacristales y un paño para frotar hasta desaparecer y dejar de ser reflejo de lo que fueron hasta que la prensa pro-Aznar los desenmascaró, en el caso de que desenmascarar signifique publicar lo que todo el mundo sabía ya de antemano: que el PSOE era el GAL.

Pero como seguir tirando de este hilo sólo puede llevarme al lugar en el que Dios me absolvió de blasfemia y la Virgen me nombró hijo predilecto, pasaremos del hilo al punzón.

Estos días se celebra en el Palacio Miramar de Donostia-San Sebastián una especie de encounter de videntes, brujos, sanadores de muertos y resucitadores de vivos, de curanderos, de juegos de cartas en el que a ti no te reparten ninguna y el croupier se queda con todas y con la pasta. Pues mira por dónde que me pasé por allí ya que al casino con chándal no se puede y se me cruzó una frase: «Mi deseo es conseguir que usted logre el suyo». Me acerqué a la mesa y comencé a pedir deseos, uno por uno, los que se me iban ocurriendo: que se me encienda el cigarro solo, fue el primero. Esperé un rato pero nada, no había forma de que se encendiera ni el cigarro ni nada y pensando que quizás no lo deseara tan fervientemente pedí otro deseo, uno que de verdad deseara con todas mis fuerzas. Que llueva ahora mismo en la playa de la Concha y en la Zurriola no. Pero tampoco. Ni en la una, ni en la otra, ni en las dos a la vez. Y decepcionado, pasé de todo, pasé de todo pues mi intención con los deseos que había pedido era poner a prueba la capacidad de aquel Aladino que para nada era el verdadero. Y decepcionado, pero no lur jota, me marché de allí, convencido, eso sí, de que aparecerá el vidente, sí Erre Punto Ares, aparecerá el vidente que sepa cumplir el deseo que guardo para ti. Mientras tanto, lo buscaré en las calles de estos pueblos que tienen que sufrir el no pertenecer ya a Nabarra, sino a la CAV, motivo por el cual han de padecer que seas tú el jefe de las hordas de sicarios que les devuelven sus impuestos en forma de moratones cuando no de ataúdes. No lo dudes chucho, sigo buscando la lámpara mágica.

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