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Maite SOROA

De «normalidades» e impunidades

Cuando el rey español llegó a Mallorca con su familia, tras el primer atentado en la isla, manifestó sentirse «segurísimo», y los medios han venido repitiendo machaconamente aquello de la normalidad en el comportamiento de la familia real: que el padre y el hijo se van de regatas, que la madre y las hijas salen de compras... David Gistau, en «El Mundo», comparaba ayer esas muestras de «normalidad» con el famoso baño del ex ministro franquista Manuel Fraga en Palomares, y afirmaba que «parecen pensadas para salvar la temporada balear», dejando en evidencia el discurso anterior de Rubalcaba sobre la operatividad de ETA.

La preocupación de Gistau, sin embargo, se centraba en «el montaje de los imputados del PP exhibidos como en una cuerda de presos. La humillación puede ser aún mayor si se les obliga a caminar con los cordones de un zapato atados al del otro y obligándoles a sostener al mismo tiempo una manzana sobre una cuchara sujetada por la boca». Parece que exagera un poco, máxime cuando en materia de humillaciones y maltratos a presos existe una larga y penosa tradición que para algunos ha pasado desapercibida hasta hoy.

Y mientras la Policía «se ensaña» con los presuntos corruptos, ETA, «en teórico proceso terminal, ejecuta operaciones de cierta complejidad operativa y deja en ridículo a la Policía». Y, de repente, recuerda ciertas normas democráticas elementales en desuso por estas latitudes y cuya vulneración en otros casos no merecen ni una línea: «No es la primera vez que un militante de ese partido [PP] refuta a Churchill después de descubrir que en democracia, de madrugada, el que llama no siempre es el lechero».

Y vuelve con su temor al intento de relegar al PP a la «clandestinidad»: «En el pasado, fue cuestión de hacer pasar a los miembros del PP por gente inferior en términos morales y de convivencia cívica. Ahora, directamente, se trata de que pasen por delincuentes de cartel de Wanted». Y lo peor es que «funcionarios públicos se avengan a dar cumplimiento a este propósito mientras ETA les saca la lengua». ¿Acaso Gistau insinúa que cuando ETA pasa a la ofensiva debería ser lícito y no perseguible el enriquecerse a costa del erario público?

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