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Mertxe AIZPURUA | Periodista

Vacaciones de verano, entre paréntesis

Nos hemos creído lo del paréntesis y aquí estamos. De vacaciones. Que sean de calma tipo chiringuito playa -birra va, calamares vienen-; de riesgo y aventura -descenso de cañones y subidón de adrenalina, oye-; de solidarios oenegés -concienciados o primaveras- o de culturetas con la imaginación asfixiada en mitad de ruinas etruscas es lo de menos. Lo que importa es que todo el mundo se va de vacacaciones. Aquí paz y después gloria, que atrás quedan las amenazas de los EREs, las dificultades para llegar a fin de mes, el sempiterno cabreo con el jefe o la jefa, la gripe porcina y todo lo que nos atenaza a diario. La vida de la clase trabajadora pide paréntesis veraniego y hasta la CEOE -tiene su coña la cosa- lo ha pedido para el libre mercado o neoliberalismo, que es como se llama ahora el capitalismo cuando la falta de beneficios se cubre con dinero público. Es tiempo de paréntesis, y en ese signo de líneas finas, delgadas, casi inapreciables si las comparamos con el drástico punto y aparte o los abiertos puntos suspensivos está una de las claves para que la clase trabajadora del hemisferio norte haya aceptado ese pacto no escrito al que sometemos nuestras vidas. En realidad, es querer creerse lo del buenismo del capitalismo, que aprieta pero no ahoga. Los cierres de empresas y los recortes en las prestaciones sociales son el coste que han de asumir las clases populares a cambio de disponer de un coche de la misma gama que el cabronazo del empresario, una televisión plana de impacto y un teléfono móvil de última generación. Aunque sea a plazos. Y, claro, las vacaciones de agosto, sea en chiringuito cutre o en residencia chic. No digo que la culpa sea de la clase trabajadora pero... esto sí, en serio ¡qué jodida va a ser la vuelta de este paréntesis!

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