CRíTICA cine
«Arrástrame al infierno»
Koldo LANDALUZE
A pesar de su apariencia, “Arrástrame al infierno” no es un retorno a los orígenes cinematográficos de Sam Raimi, sino la coherente madurez creativa de un cineasta que, además de darse un respiro tras coquetear con las grandes superproducciones tipo “Spiderman”, ha sabido recuperar su esencia salvaje y gamberra, pero dotándola de un sentido crítico muy apropiado para estos tiempos de crisis.
Los vampiros ya no habitan en criptas polvorientas, ahora se sientan en mullidos sillones y dentellean a sus víctimas con hipotecas insalvables. Por ese motivo, y más allá del gran acierto imaginativo de las muchas escenas que se suceden a lo largo de este carrusel canalla y grotesco, me quedo con la iconográfica imagen de la temible bruja gitana que, arrodillada y humillada, maldecirá a la empleada bancaria que le negó una prórroga en su hipoteca. En esta imagen se condensa no sólo el elemento catárquico de toda la película, sino una declaración de principios que recupera la esencia rebelde que siempre hemos intuido en lo fantástico. Tras este magistral arranque, prologado por la cabecera clásica de la Universal –inolvidable factoría en la que nacieron, crecieron y se multiplicaron nuestros más queridos «monstruos»–, el autor de “Darkman” desarrolla una historia de terror salpicada de homenajes y animada por escenas en las que cohabitan a la perfección el susto y la risa dentro de un catálogo de movimientos de cámara tras frescos como los que desplegó en su recordada película “Posesión infernal”. Secuencia a secuencia, Sam Raimi y su hermano Ivan han conseguido que padezcamos en compañía de una excelente y sufrida Alison Lohman todo tipo de penalidades perfectamente medidas dentro de un montaje animado y sin altibajos donde nada resulta gratuito y que culmina en un final magnífico. Resulta obligado mencionar el rol iconográfico que ha legado para la posteridad la veterana Lorna Raver y en el cual se condensa la mala leche que alberga buena parte de nuestra sociedad.
