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Iñaki Lekuona periodista

Una de anchoas

 

Si uno es de París y además pertenece al selecto grupo de personas que gobiernan el Estado, al Pays Basque no se viene. El Pays Basque se visita. Así ha sido desde hace siglo y medio, desde que la emperatriz Eugenia de Montijo decidiera establecer en Biarritz su residencia de verano y pusiera de moda la Côte Basque. El nuevo ministro de Pesca, Bruno Le Maire no ha sido una excepción. Es simpático el tipo. Estaba de vacaciones en Senpere y se ha dicho, oye, ya que soy ministro, me voy a acercar al puerto de Ziburu y voy a saludar a los pescadores, esas gentes obstinadas en mantener a flote un sector que tiene un futuro más incierto que el de una anchoa en agua dulce.

Su visita ha sido como unas palmadas en el hombro, un ánimo chavales, un vosotros seguir así que yo me voy al bar a tomarme un vermutito. A eso se redujo todo. A eso se reduce desde la de Montijo. Porque Pays Basque no es un territorio: es un pedazo de playa con montañas donde habitan provincianos que hablan francés con un fuerte acento del sur, una fórmula folklórica que no pasa de destino turístico, con sus txapelas, sus quesos de oveja, sus sardinadas, sus gâteaux basques, sus frontones, sus aterciopelados Pirineos, sus espectáculos de «fuerza vasca»... y su mar. Ese mar que, además de surfistas, contiene, oh maravillas de la humanidad, arrantzales.

En fin, que desde tiempos de la señora de Napo- león III, el Pays Basque está hecho para que se visite. Salvo si uno es vasco. En ese caso, puede llegar la Audiencia Nacional y prohibírselo. Y si a alguien le ha entrado complejo de anchoa en agua dulce, tranquilidad: hay todavía quien asegura que aún tenemos futuro.


 
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