Mentalidad colonialista versus voluntad de emancipación
A.M.
Los recientes acontecimientos han removido viejos fantasmas en todos los sectores socio-políticos de la isla. Los temores de una vuelta a formas de conflicto más contundentes, como las que se conocieron en la década de los 80, están aún presentes en la memoria social a pesar de que los ánimos se han apaciguado un poco.
Pero ¿cómo se explica que lo que en principio era un simple conflicto laboral derive en un estallido social de tal dimensión? Lo cierto es que, como en otros territorios franceses, también en Nueva Caledonia existe un descontento generalizado en especial en las franjas sociales más modestas que, como casi siempre, coinciden con las de la población autóctona.
El retraso en la aplicación de algunos aspectos de los Acuerdos de Numea, que para los sectores independentistas está frenando el proceso de emancipación; los conflictos sociales acrecentados por la situación económica, y la política del Gobierno central respecto a los territorios de «ultramar» forman un cóctel explosivo en el que cualquier conflicto, máxime si pone frente a frente dos visiones de sociedad cultural y tradicionalmente antagonistas como ha sido el caso ahora, puede convertirse en la gota que colma el vaso.
Sarkozy es maestro en el arte del doble discurso que aplica el Estado centralista francés desde hace siglos. En un intento de adecuación a los tiempos, muestra cierta flexibilidad respecto a las formas, hablando incluso de autonomía para determinados territorios, pero en el fondo mantiene la devisa de reafirmar el poderío del Estado francés a nivel internacional.
Para ello, estos territorios que continúan bajo su manto neocolonial le vienen como anillo al dedo, no sólo por sus recursos naturales sino también por su ubicación geoestratégica.
Además, la mentalidad neocolonialista de los dirigentes continentales traiciona a veces la hábil diplomacia francesa y resulta hiriente para los autóctonos como ocurrió hace unos días en la III cumbre Francia-Oceanía celebrada en Numea en la que el ministro de Asuntos Exteriores, Bernard Kouchner, acogió a las delegaciones de los países vecinos deseándoles la bienvenida a «esta tierra de Francia».
Con estos mimbres no es de extrañar que la insatisfacción de los sectores independentistas vaya en aumento y que esté, incluso, ayudando a mitigar las confrontaciones internas entre organizaciones y partidos favorables a la emancipación, o sea, a consolidar el polo soberanista kanak. Un panorama éste que, a buen seguro, contraria las perspectivas de la «metrópoli» francesa.