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Antonio Álvarez-Solís periodista

El cultivo de la irritación

Donde los gobiernos pretenden hacer ver brotes verdes, Antonio Álvarez-Solís ve motivo de irritación; sin embargo, observa con decepción que «las masas han sido hibernadas y se lamen las uñas en espera del mes de marzo», las masas que «han devorado a los individuos».

Gran Bretaña estudia elevar la edad de jubilación a setenta años. Alemania emplea horas extras no abonadas para mantener la producción en algunas grandes empresas. Italia vuelve de lleno a la economía sumergida. España trata de salir adelante con expedientes como prolongar seis meses el subsidio de 420 euros a los desempleados que ya han perdido la protección del paro. Irlanda se derrumba tras el fiasco crediticio. Las naciones del Este viven sin modelo laboral alguno en una anarquía que es motor de emigraciones conflictivas y trágicas...

Frente a todo ello, el presidente Zapatero ve brotes verdes, Sarkozy anuncia luces en el horizonte, la señora Merkel relata algunas señales positivas, Berlusconi dice a sus abatidos acampados tras el drama que piensen en un fin de semana cerca de la prieta urbe. Los poderosos culpan de la situación al propio proceso del mercado, que ha sufrido algunas imprevistas desviaciones. Los gobiernos acusan de inmoralidad financiera a un puñado de poderosos. Los empresarios denuncian el bajo consumo de las masas. Los sindicatos organizan reuniones para salvar su propia existencia.

¿Y las masas? ¿Qué hacen las masas? ¿O es que las masas no tienen responsabilidad alguna? Las masas se complacen en los brotes verdes de Zapatero, en las luces de Sarkozy, en las señales positivas de la señora Merkel, en las gracias de Berlusconi, en las puertas sin muro para salir del Este, en el drama de los atosigados empresarios... Las masas son un agujero negro que se va tragando a sus propios parados, a sus empleados explotados, a sus familias desesperadas, a sus políticos corruptos, a sus campesinos medievalizados, a sus contemporáneos que protestan. Las masas han sido hibernadas y se lamen las uñas en espera del mes de marzo. Creen en los socialistas donde gobiernan los «populares» y creen en los «populares» donde gobiernan los socialistas. Y acuden a la música estridente que pagan los ayuntamientos. Y se mesan los cabellos ante la sonrisa inocente de Kaká o las piernas hermosas de Ronaldo. Y piensan en ganar la liga o tener la copa. Las masas salen a la calle para aupar a los ídolos o cazar una entrada en los festivales de cine.

De vez en cuando unos grupos gritan en la calle vasca contra la injusticia. O en la calle corsa. O en la calle belga. O en las ciudades chinas. Pero esos ciudadanos beneméritos son pequeñas galaxias que engullen los agujeros negros que no dejan escapar ni la luz. En definitiva, son terroristas o lo empiezan a ser o van por esa senda. Hablan de libertad, de soberanía, de revolución social, de derechos nacionales, de socialismo real; denuncian crímenes abyectos que se cometen desde las esferas brillantes; incluso quieren sanidad para todos, empleo para todos, justicia verdadera, libertad de opinión. Hablan como terroristas, luego son terroristas. Se les ve en los ojos, en lo que gritan, en la forma de agitar sus pancartas. Quieren destrozar, como dice el lehendakari López, «los valores de tolerancia y convivencia». Añade que hay que asentar la paz y la libertad en Euskadi, justamente en Euskadi, en donde las mayoría de los periódicos eran «populares» y socialistas, en donde los platós de televisión estaban poblados por «populares» y socialistas o por nacionalistas temerosos de sí mismos, donde la Guardia Civil española, esa gran mancha verde, era la suprema referencia policial... Justamente ahí hay que restaurar la libertad y la seguridad.

Cuatrocientos veinte euros dará Zapatero durante seis meses más a quienes han perdido hasta la ayuda del paro por no haber encontrado empleo. Hagamos cuentas. 420 euros. Oigo a las masas que han devorado a los individuos: «Menos es nada». El individuo es, pues, el escalón anterior a la nada. El Gobierno, por su parte, suma esos 420 euros que da a los gratificados y le salen más 84 millones de euros. Un brote verde. Los parados comen en el pesebre de la macroeconomía, hozan en la estadística. Los empresarios dicen que esa ayuda está bien, pero que hay que ayudar más a la empresa porque la empresa es la madre de todas las batallas. Los empresarios creen firmemente en el libre mercado, pero añaden que lo estropeó la Banca con sus desenfrenos financieros. Por su parte los banqueros aclaran que lo que estropeó la Banca fue el consumo mediante créditos asumidos alocadamente por las masas. Ahí está el origen de la catástrofe: las masas.

Los ingleses habrán de trabajar hasta los setenta años para salvar las pensiones. Son demasiados jubilados para una reserva de pensiones que se ha ido diluyendo en el Estado desangrado en la ayuda poderosa a los financieros y a las multinacionales. Hay que reactivar. De momento creemos empleo firme, armado, en Afganistán, en Irak, en las revueltas africanas... Más brotes verdes.

Disciplina inglesa: un ser puede trabajar hasta los setenta años porque ha aumentado notablemente su esperanza de vida. El cálculo mecánico. De lo que no se habla es de cómo se llega a los setenta años. No se ha calculado que el alargamiento físico de la existencia no se corresponde con un aumento de la complejidad intelectual, no se tiene en cuenta la evolución emocional, soslaya el crecimiento moral. El hombre de setenta sigue siendo un hombre intelectualmente disminuido, físicamente agotado, emocionalmente cansado. El hombre no se ha desarrollado al ritmo de la máquina. La informática hace rodar los números -uno, cero, uno, cero, uno, cero...- vertiginosamente, pero el hombre sube lentamente la ladera de sus años, muchas veces penosamente. El hombre no es uno-cero-uno-cero-uno- cero... La especie humana no ha sido reciclada espiritualmente para acomodarse a las máquinas, como el banquero no ha sido reciclado moralmente para manipular el dinero. Lo tiene cerca y lo hurta. Seguirá hurtándolo. Para facilitarle moralmente la tarea, que ha vuelto a reiniciar con la ayuda del Gobierno, se han creado las facultades de Ciencias Empresariales.

Convertir en universitario todo aquello a lo que quiere revestirse de honorabilidad e intangibilidad es la gran trampa de la civilización capitalista. Por eso los obispos, los millonarios, los militares y los políticos de que se sirven no quieren que la educación sea pública e igualitaria. Hay que producir desde el origen dos tipos de seres: los que nacen armados y sublimes, como Palas Atenea -a la que por eso se le atribuye sabiduría- y los que nacen bajo el nivel de las aguas. Hombres como dioses y hombres como ranas. Un autor heleno, partidario de la democracia ateniense, que duró bien poco, escribió ya acerca de las ranas.

Me dicen habitualmente los que deciden quiénes hablarán o no en los medios de comunicación: «Usted lo mezcla todo». No es así. «Son ustedes los que me mezclan». Soy un trabajador, pero no sé si en paro, eventual, a tiempo parcial o por relevos. No sé si tengo derecho a la vida o la vida la he dilapidado al aceptar una oferta para comprar una casa en cincuenta años o un automóvil en diez. Soy una mezcla de animal en formación y ciudadano renove. Claro que lo mezclo todo. Y cuando me extraen de esa sopa oscura me dan 420 euros con la condición de que me forme ¡Pero si yo ya estaba formado! Franco hacía todo esto más patriótico: enviaba a la juventud al servicio militar y allí les enseñaban a conducir los camiones grises de la 80ª División. Lo demás era cuestión de universidades laborales y de Guardia Civil, la verdadera mancha verde de que pueden blasonar los socialistas, si cierran los ojos a su propia historia. En último caso, era asunto de la brigada político-social, ahora brigada de información. ¿Y para esto tanto Inem?

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