Ocupación y resistencia en Afganistán
Occidente consuma una nueva farsa electoral en el escenario afgano
La censura impuesta por el Gobierno de Kabul se unió a la aparente decisión de la resistencia de no concentrar todas sus fuerzas en plena jornada electoral, lo que permitió a los ocupantes dibujar un escenario optimista sobre el transcurso de los comicios. No obstante, la escasa participación, sobre todo en los feudos de las guerrillas en el sur y este del país, y las irregularidades masivas hacían presagiar que estamos ante una nueva escenificación de Occidente.
GARA | KABUL
El mismo Gobierno títere afgano que amenazó la víspera con duras represalias a los medios de comunicación, locales o extranjeros, que informaran durante la jornada electoral se saltó su propia norma para anunciar, a bombo y platillo, el «éxito» de los comicios.
La OTAN hizo lo propio al calificar la jornada electoral como «una victoria desde el punto de vista de la seguridad».
No cabe duda de que las percepciones cambian al entrar en suelo afgano. Y si no que se lo digan a los 26 civiles y militares o policías nativos que murieron ayer en los 135 incidentes de los que informó el Gobierno de Kabul. O a las 22 personas -paradójicamente todas ellas guerrilleros- que murieron en el asalto a una población en la provincia de Baghlan, en el norte del país. La Policía informó de otros dos guerrilleros muertos en un ataque a un puesto policial en la capital afgana, Kabul y de otros incidentes «menores».
La guerrilla talibán reivindicó ataques a 16 colegios electorales en todo el país. Hubo asimismo constancia de ataques con fuego de mortero y misiles en distintos puntos del sur y del este del país, donde un soldado estadounidense resultó muerto.
Mensaje recibido
No era en ningún modo fácil atisbar la realidad en medio de la censura oficial y los mensajes optimistas teledirigidos desde las principales cancillerías occidentales. No obstante, las impresiones recogidas en el sur y en la franja este del país arrojaban algo de luz sobre la situación. Las calles de las principales ciudades de esas zonas del país aparecían prácticamente vacías, lo que daba a entender que la resistencia talibán habría logrado su objetivo de boicotear los comicios sin necesidad de arriesgar excesivos hombres y fuerzas en una jornada marcada por la alerta para los 300.000 efectivos, entre extranjeros y nativos, que sostienen el débil Ejecutivo de Kabul.
Un diplomático europeo reconoció desde el anonimato que informes parciales apuntaban a que la abstención en el sur rondaría el 90% y que en las zonas orientales la participación habría sido «escasa».
Y eso que la participación en las zonas de mayoría pastún (más del 40% de la población) se revelaba como crucial en unos comicios en los que el conocido como «alcalde de Kabul», Hamid Karzai, se juega su reelección por otros cinco años.
Al cierre de las urnas, la Comisión Electoral Central se sumó a los mensajes entusiastas para presagiar que «calculamos que la participación podría alcanzar el 50%» del electorado, 20 puntos menos que en 2004.
Es cuestión, otra vez, de percepciones. O de poner, previa e inteligentemente, un listón. En este sentido, los asesores extranjeros del Gobierno de Kabul se han apresurado ya a señalar que una participación en torno al 30% sería un triunfo para la resistencia, con lo que se aseguran poder cantar victoria con toda cifra que supere ese índice absolutamente pírrico.
Y eso sin contar con la escasa fiabilidad de los datos que se puedan hacer públicos en las próximas horas o días. En un país donde el último censo data de la época comunista y donde, según las malas lenguas, los certificados para votar se vendían por cientos de miles en los mercados, tratar de atisbar el sentido de la voluntad popular en semejantes comicios resultaría cómico si no llevara aparejada una peligrosa derivada.
Los ocupantes no ocultan su temor de que los candidatos opositores repitan la misma estrategia de sus homólogos en Irán, anunciando apresuradamente una derrota de Karzai o denunciando como fraudulento un eventual anuncio de su victoria en primera vuelta. Todo es posible en el abigarrado escenario de un Afganistán al que EEUU prometió la democracia a cañonazos y al que ha llevado a un infierno que podría incluso hacer buenos hasta a los talibán.
Con sólo un minuto de intervalo, un malek (notable) de la localidad que preside un colegio electoral en Deh Rawood, en el sur, avanza dos cifras de participación, del 20-25% primero y del 55-60% poco después.