Maite SOROA | msoroa@gara.net
Las banderas de Ajuria Enea
Como en la mítica fotografía de los marines USA hincando la bandera de las barras y estrellas en Iwo Jiwa, los de López han clavado la bandea española en Ajuria Enea y al editorialista de «Abc» ese hecho le ha provocado una hemorragia de satisfacción.
«Treinta años han tenido que pasar para que la bandera nacional de España ondee de forma oficial y permanente en la fachada del Palacio de Ajuria Enea», constata el pensador del grupo Vocento, según el cual, la proeza de Patxi López es mayor aún si tenemos en cuenta que «los sucesivos Ejecutivos nacionalistas -sin diferencia entre duros y moderados, si tal distinción fuera realmente posible- se tomaron la exclusión de la enseña nacional como un acto de resistencia». ¡Y López, de la mano de Basagoiti, ha vencido a la resistencia!
Dice también que «la `guerra de banderas' -denominación que merecía ser sustituida por la de `terrorismo de banderas' para los casos en los que ETA utilizaba la `ikurriña' con bombas adosadas para matar a Guardias Civiles y Policías- ha sido más que un tira y afloja por un símbolo. Se constituyó en uno de esos episodios de empecinamiento nacionalista para crear crispación y conflicto, división entre vascos, crisis entre instituciones, es decir, las excusas con la que han querido justificar su discurso victimista y su extinta hegemonía». Recordarán la lectora y el lector que lo de las bombas adosadas a ikurriñas sucedía cuando la bandea vasca era objeto de persecución sañuda y que a quien la portara lo llevaban a la cárcel. Entre los aplausos de «Abc», por cierto.
Pero nunca es tarde si la dicha es buena, aduce el editorialista antes de dictar las tareas pendientes: «la colocación de la bandera nacional en Ajuria Enea no termina nada y debería ser un primer paso -como lo ha sido la racionalización del uso oficial del eusquera- en ese proceso de transformación de la política clientelar y amenazada del País Vasco en otra de carácter democrático y libre». Lo de «racionalizar» el uso del euskara, en boca de la fachenda que sueña con su desaparición, tiene su gracia. Maldita, pero gracia.