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Raimundo Fitero

En suspenso

Nunca he estado en Atenas pero desde mi más tierna infancia he tenido en mi imaginario formada una idea de esa ciudad. En los últimos tiempos Atenas es un lugar contradictorio, fuera de la leyenda, es una ciudad cosmopolita mediterránea, en donde hay conflictos estudiantiles, equipos de fútbol con una hinchada gritona y tendente a las bengalas y desde hace unos años se trata de una ciudad en las que las ruinas de su pasado glorioso se ve en mi electrodoméstico esencial siempre rodeadas de fuegos. Unos fuegos que en ocasiones provocan muertes, muchas muertes, y que siempre crean desolación. Mucha desolación. Cuando se escucha que han encontrado una rueda grande que se ha utilizado para iniciar uno de los focos del fuego o en otros puntos unas bombonas criminales dejo en suspenso mi idea de Atenas, los atenienses, la cultura griega y los individuos que se bañan ordinariamente en las aguas cristalinas de ese mar de los poetas y de las guerras míticas y comen salmonetes a la plancha.

En suspenso debo dejar muchas de mis convicciones cotidianamente. Es más, lo que ayer era un valor incuestionable, hoy se puede convertir en un motivo de controversia. No voy a perder el tiempo con los hombres de la violencia, los mandarines de la crispación. Nada, prefiero el fútbol y que Bakunin y Cortazar me perdonen. Pero lo que me tiene más agobiado, lo que me provoca la suspensión de toda la seguridad, de todo el discurso es lo que está sucediendo con la gripe A. La puta gripe, la manipulación a la que estamos siendo sometidos por consejerías, ministerios, organizaciones médicas y al fondo, siempre las grandes empresas de la muerte: las farmacéuticas y su poder de corrupción, su poder de influencia en los gobiernos.

¿Van a seguir magnificando las muertes de personas con graves problemas previos de salud? ¿Por qué intentan crear una obsesión en la ciudadanía a base de un miedo a algo imposible de detectar? ¿Podemos hacer algo en concreto para prevenirnos contra esa maldita gripe? Si todo consiste en comprar a las farmacéuticas sus productos, les digo, suspendiendo mi buena educación: váyanse al carajo, y cada muerte apúntensela a su conciencia.

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