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Gorka Larrabeiti 2009/8/27

Cómo mata Europa a los migrantes

Rebelión

Unos 80 eritreos zarparon de las costas libias rumbo a Europa alrededor del 29 de julio. 21 días después la Marina militar italiana, previo aviso de la maltesa, encontró la barca neumática en la que viajaban con tan solo cinco pasajeros a bordo: los otros 75 habían fallecido deshidratados por el camino y sus compañeros de viaje tiraron sus cuerpos al mar. Los cinco supervivientes, entre los que hay una mujer y dos menores «reducidos a esqueleto» según quienes los atendieron al llegar a Lampedusa, contaron que se habían cruzado con 10 barcos pesqueros durante esas tres semanas, pero sólo uno de ellos se paró para darles algo de agua y se marchó.

Al hacerse pública la noticia, comenzó el clásico ping-pong diplomático entre los gobiernos italiano, maltés y europeo. (...)

El profesor Fulvio Vasallo Paleologo, uno de los máximos expertos en la materia, explica que desde el caso Cap Anamur (2003) hasta el caso de los siete pescadores tunecinos acusados de favorecimiento de la inmigración clandestina (2007) se han ido reduciendo las intervenciones de salvamento por parte de buques mercantes por miedo a las consecuencias negativas para sus negocios. (...)

Lo que en realidad está ocurriendo, según Vasallo Paleologo, es que los autores del Reglamento Frontex así como quienes han ideado y escrito estos acuerdos internacionales bilaterales «han utilizado la omisión de socorro, consecuencia directa o indirecta de un reparto de competencias tan bien tramado, como una auténtica `pena de muerte' para los migrantes que aún se arriesgan a atravesar el canal de Sicilia para huir de Libia y alcanzar Malta o Sicilia, si no Lampedusa, blindadísima para salvar la imagen turística de la isla, pero sobre todo los `históricos éxitos' del gobierno italiano en la `guerra a la inmigración ilegal'».

«¿Cómo es posible que en la era de la tecnología una barca tan grande se escape de los ojos de ágila que patrullan todos los ángulos de este planeta?», se pregunta un allegado de una chica fallecida. (...)

La respuesta la conocen perfectamente los eritreos de Libia: «No fue un accidente. Fue un homicidio».

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