El arte retorna en Ultzama a su entorno natural
El valle navarro de Ultzama, con sus 11.000 hectáreas de bosque, se ha transformado en un enorme museo. Trece proyectos artísticos se entremezclan entre árboles y senderos en «Emari 09: I. Ritual Internacional de Arte Actual», como una ofrenda dedicada a la diosa mitológica Mari.
Ane ARRUTI
Como un pequeño homenaje al valle de Ultzama y, en general, a todo el mundo rural, «Emari» ha trasladado el arte contemporáneo al entorno natural con una propuesta de intención bidireccional. Por primera vez, los bosques y los distintos caminos del valle acogen trece obras de artistas locales e internacionales, «interesando al artista por la comunidad rural», al mismo tiempo que «estás dando una pequeña primera introducción a lo que sería el arte contemporáneo a muchas personas de la zona», explica el mexicano Antonio Gritón, uno de los promotores de esta iniciativa y que también participa con su obra. Él y el pintor uhartearra Koldo Agarraberes fueron los impulsores del proyecto «Emari» que, desde finales de junio, ha convertido este entorno en una gigantesca exposición.
«La idea partió de la lectura del ensayo de John Berger titulado `Puerca Tierra', en el que menciona que las identidades tanto nacionales como culturales de los pueblos donde se refugian o se preservan actualmente es en las comunidades rurales. En las ciudades a lo que se tiende es a una identidad global, basada en trabajar y consumir», explica Gritón, y añade: «El campo provee de alimentos, de todo, a las ciudades. Pero todo lo que se produce dentro de la ciudad, entre otras cosas, todas las expresiones culturales, se quedan ahí mismo, son para la ciudad. Al campo no se le regresa nada en absoluto». A raíz de este ensayo y estas reflexiones fue cuando empezaron a pensar en una bienal de arte exclusivamente para el campo. No se trataba de escoger obras que se pudieran exhibir en la ciudad y trasladarlas a Ultzama. «Queríamos que la exposición estuviera sustentada por algo común a las comunidades rurales de aquí. Entre ellas está, por ejemplo, toda la mitología. Y lo que propusimos fue que los artistas trabajaran con la idea de Mari, que todo lo que se fuera a hacer, fuera como una ofrenda a esta diosa, tratando de voltear la mirada de los artistas hacia las comunidades rurales».
Existe, además, en el proyecto una conexión entre dos pueblos, el mexicano y el euskaldun: «Quizá no sea por casualidad que al juntarnos Antonio y yo haya surgido esta historia», puntualiza Agarraberes. «Somos dos pueblos influenciados en el pasado por este matriarcalismo y por esas culturas mitológicas. Y en los dos existe la necesidad de la recuperación de las raíces. Es como intentar volver al preindoeuropeo, pero adaptándonos a los tiempos actuales: en un plano de igualdad entre hombres y mujeres, cooperando entre todos... Tenemos claro que todos formamos parte de esta naturaleza y tenemos que trabajar por ello».
A finales de junio empezaron a llegar los artistas con sus materiales para realizar sus proyectos in situ. Además, impartieron talleres y ofrecieron a los vecinos la oportunidad de participar en la realización de las obras. Según explica Agarraberes, «los artistas, al trabajar enfocando su trabajo en el campo y creando unas obras que no son para un museo, han hecho proyectos muy distintos a los que están habituados, trabajando de una manera distinta. Para muchos, son sueños que tenían, que nunca imaginaron que podrían realizar. Además del entorno rural entra también la parte espiritual de este proyecto. No es lo mismo exponer, siempre más dirigido a vender, que hacer una ofrenda». Los organizadores de la iniciativa denuncian que la política cultural está orientada a suplir las necesidades de arte de las ciudades, dejando de lado las de los pueblos. «Es algo que se está dejando, sobre todo estos caracteres identitarios, que están resguardados en los pueblos. Con este tipo de proyectos haces que los artistas se empiecen a interesar, que vean que existe algo más allá de la ciudad. Es prácticamente un campo virgen y no puedes hacer lo que haces para la ciudad. La gente del campo tiene otra lógica, otras preocupaciones: llueve o no llueve, los precios de los alimentos...».
Pisadas, ramas o envoltorios de flores
Tras una convocatoria por internet, se eligieron diez proyectos para su realización, a los que se añadieron tres más del comité organizador. Entre ellos, está el mural de Koldo Agarraberes, situado en la escuela de Larraintzar y titulado «Mari Juana», en el que han participado los alumnos de 3 a 16 años de esta localidad. «Les conté la historia de una chica de Anozibar que quemaron viva por `ser bruja'. Les hablé de la Inquisición o las torturas, y esa historia que está como olvidada, pero que pasó realmente», cuenta el artista. Después, cada alumno pintó lo que el cuento le había sugerido. «Lo raro es que coincidan en muchos dibujos. Además de que estéticamente es muy bonito, he conseguido recordar a los niños cosas que pasaron y creo que este mural va a perdurar en su memoria porque es un mural colectivo, tribal», agrega.
Adentrándonos por el bosque de Orgi, nos encontramos con «Ayer, hoy y maraña», una gran esfera de ramas recogidas en el Ebro, realizado por Colectivo Siete Puertas de Tudela. «Por aquí pasa el río Ultzama, que se une al Arga y este al Ebro. Por eso, puede que estas ramas provengan de este bosque. Es como un regreso», explica Gritón.
La obra del mexicano está situada en una arboleda de Gelbentzu, donde el artista residió durante varios años. Una instalación abstracta con troncos, telas de flores coloradas y lana de oveja que cuelga de los árboles. «Cuando vivía en Gelbentzu, un vecino envolvió los troncos con un plástico de colores y me llamó mucho la atención ese contraste, esa disparidad de colores mezclados con el entorno -aclara-. Algunos me han dicho que parecen cadáveres, otros que si ha pasado Olentzero con los regalos...». «Huellas en barro de pies de mujeres en un camino» es el trabajo de la canadiense Karen Trask que, como el título indica, ha utilizado 260 huellas de mujeres del valle para homenajear el camino que hacían éstas cuando iban a llevar el almuerzo a los maridos que estaban en el campo. Otra de las artistas internacionales invitadas es la italiana Chiara Piagnotti, quien ha realizado veintiséis pequeñas esculturas colocadas en el bosque de Etulain, como pequeñas ofrendas en diversos árboles. Desde Madrid llegó Carolina Martín y en un prado a la entrada del pueblo de Egillor está su obra «Miedos y deseos», realizada a base de bloques de piedras de diversos tamaños que, junto con los vecinos del pueblo, fue recogiendo y seleccionando en los alrededores de la localidad.
Destaca la gran presencia de artistas navarros en el proyecto. Además de Agarraberes y el Colectivo Siete Puertas, encontramos por ejemplo, la obra de Amaia Conde, quien ha situado cuatro tótems tallados en troncos de roble en Jauntsarats. En la misma localidad ha realizado Luis Morea tres grandes cortinillas de bambú, suspendidas de inmensos robles, «creando un espacio de una tranquilidad sorprendente en medio del bosque», cerca de uno de los dos robles centenarios de Jauntsarats. En Lantz situó su «Cerca del Fuego» el músico Unai Otegi, un proyecto de escultura efímera y arte sonoro realizado en la pequeña huerta de la casa curatorial y en el jardín de la iglesia del mismo pueblo. Iosu Zapata, por su parte, se inspira en el concepto de vacío que exploró el maestro Jorge Oteiza con su intervención rural «Zulo Mari».
Desde la carretera que va desde Lizaso a Larraintzar se puede observar la obra de Virginia Domeño, titulada «En los fragmentos reside la esencia de la realidad», que consiste en un gran mástil con una veintena de cuerdas de banderas de oración. También en Lizaso está José Luis de la Hoz Pipo con su «Sinergia». Finalmente, Nerea de Diego construyó en Arostegi su «aMARIa», una instalación procesual que irá transformándose, de acuerdo a las modificaciones que le haga la artista a partir de la información e imágenes que reciba en su blog: www.amariaulzama.blogspot.com.