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Félix Placer Ugarte profesor en la Facultad de Teología de Gasteiz

El incierto futuro de la Iglesia vasca

El autor analiza los cambios que se prevén dentro de las estructuras de la Iglesia católica. Unos cambios que refuerzan el modelo conservador y autoritario de la Iglesia y que pretenden cerrar el camino a otras visiones dentro de ese mismo credo. Visiones alternativas que, tal y como defiende Placer, provienen de los orígenes de la tradición cristiana y que responden a valores de convivencia, justicia, libertad, pluralismo... siempre dentro de una concepción religiosa. No obstante, Placer considera que muchos creyentes apuestan por estas visiones.

El verano siempre es tiempo de rumores y previsiones para el próximo otoño. Y así ha ocurrido este pasado agosto en el que se han anunciado -y esta vez con razón- tiempos todavía más difíciles, sobre todo en la economía y la política. También la amenaza del contagio gripal alarma a muchos y las multinacionales farmacéuticas se frotan la manos...

Y como no podía ser menos, aunque con menor interés mediático, la rumorología eclesiástica también hace su agosto y se aventuran nombramientos episcopales que afectan de manera especial a la Iglesia en Euskal Herria. Las diócesis vascas están en el centro de mira del periodismo especializado en este tipo de temas. Y sus augurios coinciden en una vuelta de tuerca que derechice aun más y, en especial, que ponga freno definitivo a las supuestas tendencias nacionalistas que, al entender de la política vaticana -asesorada por la influyente Conferencia Episcopal Española con el cardenal Rouco a la cabeza-, todavía subsisten en sectores de las iglesias locales vascas.

Se dio el primer paso con el nombramiento del arzobispo de Iruñea, Francisco Pérez, quien por cierto está respondiendo con creces a lo que de él esperaban sus valedores. En esa misma línea se vaticinan próximos -según algunos, inminentes- cambios en las restantes diócesis vascas. En definitiva, se trataría de componer un organigrama eclesiástico purificado e inmune ante cualquier «desviación tendenciosa» que reconozca y se posicione en la defensa y en la afirmación de los derechos de este pueblo. Es decir, una pastoral sin «política nacionalista vasca» que siga las directrices de la citada Conferencia; sin disidencias ni desmarques; que no cree problemas o, mejor dicho, que no los ponga al descubierto y denuncie, como en algunas ocasiones lo hicieron los obispos vascos en sus cartas pastorales y en alguna reciente actuación.

Por supuesto, la tantas veces solicitada Provincia Eclesiástica Vasca que, con sede en Iruñea, uniría pastoralmente a Bilbo, Donostia y Gasteiz, será relegada al olvido por ser políticamente incorrecta. Se intentará encontrar solución a la carencia de clero -la más preocupante crisis según algunos- que los próximos años tendrá un descenso de más de un cincuenta por ciento, manteniendo y reforzando el modelo conservador de Iglesia y de sus ministerios pastorales. Entretanto se diseñan planes virtuales de evangelización con efectivos debilitados, sin vigor profético, y se llevan a cabo remodelaciones superficiales de estructuras caducas.

La constatación me parece clara. Siguiendo la ideología de la cúpula eclesiástica, se intenta volver -como dijera el recordado teólogo Karl Rahner- a los «cuarteles de invierno» ante la inseguridad que para muchos provocan la secularización, la laicidad y el compromiso liberador de los pueblos. Lo que está ocurriendo y se avecina en la Iglesia de Euskal Herria responde a esa tendencia dominante que, conducida por la Curia romana, hilvana este complejo tejido eclesiástico, restauracionista en lo pastoral; con los colores de la españolidad en nuestro Estado; y, por supuesto, con un diseño eclesiástico que garantice la postura unánime de un Episcopado defensor de las posiciones éticas y religiosas más conservadoras en los campos de la bioética, la enseñanza religiosa escolar, la moral sexual, sin el reconocimiento de los derechos plenos de la mujer en la Iglesia y de su democratización. Se endurece el control y censura de teólogos y grupos progresistas. Los nombramientos eclesiásticos miran más a la docilidad romana que a la escucha y fidelidad a los signos de los tiempos de la cultura laica, del clamor revolucionario de los pobres, de los derechos de los pueblos minorizados a su identidad y autodeterminación.

A mi modo de ver, tales síntomas y reacciones autoritarias de retroceso responden a la alarma ante las grietas del edificio eclesiástico, compacto e inamovible durante siglos, hasta que el Concilio Vaticano II, inspirado por el talante esperanzado y audaz de Juan XXIII, abrió las puertas de una Iglesia cerrada e involucionista, «fuera de la cual no había salvación». Descubrió los signos de los tiempos de un mundo con el que se debía dialogar y al que había que servir desde los pobres. Dirigentes conservadores eclesiásticos temieron entonces que su poder acumulado se tambaleara y la dominante Curia vaticana se encargó de restaurar el modelo de una Iglesia vertical y de pensamiento único.

Sin embargo, el citado Concilio no lo propuso así. Invitó a reconocer que la verdad y los valores auténticos también están en otros muchos lugares, personas, religiones, ciencias; propuso dialogar, no imponer, sino colaborar; impulsó el respeto y la defensa de los pueblos, sus culturas y derechos como camino de la paz. De esta manera afirmó que la Iglesia no es el centro del mundo, sino que su característica es servir, buscar con los demás; también saber reconocer sus limitaciones y errores, pedir perdón, presentar el Evangelio como una propuesta, nunca como una imposición, ser liberadora de todas las opresiones, cercana, misericordiosa. Ser pobre con los pobres y luchar por la justicia y dignidad de personas y pueblos. Una Iglesia humanizadora, desde su fe en Jesús, que mantenga viva la esperanza de un mundo diferente y luche por conseguirlo junto a los más desfavorecidos y marginados.

Desde estas perspectivas el futuro de la Iglesia sería muy diferente al que se está diseñando y realizando. También en la Iglesia vasca. Dispuesta a renovarse para afrontar los desafíos actuales de un mundo secularizado, escucharía la voz de todas las víctimas, siendo profética ante todas las injusticias y no encerrada en sus templos y en su culto dentro de sus viejas estructuras. Estas actitudes y líneas, que provienen desde el Concilio Vaticano II, apremian a superar con audacia épocas clericales. A abrirse a una realidad nueva, con la evangélica y conciliar intención de participar en las tristezas y angustias, en los gozos y esperanzas de las personas y de los pueblos desde la solidaridad con el género humano, con su historia, con su realidad viva y sufriente y con los esfuerzos por la libertad, la justicia y la paz en el lugar en que vivimos y somos Iglesia. Ser voz de los sin voz, clamor de los silenciados.

Pero, como diría el cardenal Martini, estas propuestas todavía parecen hoy un sueño, también dentro de nuestro contexto eclesiástico. Y lo más probable es que en la Iglesia vasca se cumplan lo que ahora son rumores y se impongan próximamente los viejos estilos autoritarios y conservadores.

Sin embargo ese modelo no tiene futuro, aunque cuente con sumisos seguidores en los que confían los jerarcas. Grupos alternativos, también muchos creyentes, caminan por otros derroteros. Son los caminos polvorientos que recorrió en tierras palestinas quien proclamó la liberación para los oprimidos y la libertad para los presos, la justicia para los pobres; quien denunció la religión represora de su tiempo, anunció la amnistía de Dios para personas y pueblos y terminó regando con su sangre esos caminos de libertad y de paz.

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