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Apuesta a medias a favor del cine vasco

El hecho de que el cine vasco cuente por primera vez con su propia sección dentro del Zinemaldi de Donostia, el festival de cine más importante de Euskal Herria y uno de los más relevantes de Europa, es un paso necesario que conviene valorar en su justa medida. Tanto en su aspecto positivo, por el salto cualitativo que supone que se dote a nuestro cine de entidad propia en el festival como, en un aspecto menos positivo, porque muestra una radiografía de la salud del mismo, que no es precisamente sana. Así lo reconoció ayer el director del festival, Mikel Olaciregui, que se felicitó por la decisión tomada en la medida en que ofrecerá a los espectadores la oportunidad de ver las mejores producciones de artistas vascos durante el festival, pero que a su vez mostró cierta decepción por la criba que supone la selección de películas, criba que evidencia las limitaciones con las que se topan los cineastas vascos y que muestra una calidad insuficiente en algunos aspectos. La pregunta que surge es, ¿de quién es la responsabilidad?

Nadie duda del talento, de la preparación y de las capacidades de los cineastas vascos. Tampoco se puede afirmar que no exista una masa de espectadores que siguen de manera crítica el devenir del séptimo arte. Es más, existen empresas, guionistas, directores, actores y todo tipo de técnicos que están entre los mas reconocidos de su profesión. Los problemas son, entre otros, la falta de apoyo institucional, una cultura asociada sólo a valores de mercado y la cuestión, nada baladí, de la dependencia que genera el sistema centralista del Estado español.

La apuesta por una sección propia dentro del Zinemaldi recibe por ello una de aplausos y otra de pataleos. Es cierto que no entra ni en sus responsabilidades ni en sus capacidades solucionar las fallas estructurales a las que se enfrenta la producción cinematográfica en Euskal Herria. Pero no es menos cierto que no debería ejercer de bálsamo que tape la naturaleza del problema, que no se puede achacar a los creadores. El Zinemaldia tiene poder para ir un poco más allá, denunciando y despertando conciencias, una de las funciones históricas del cine.

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