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Anjel Ordoñez Periodista

Bolsas, basuras, hostias y vacunas

La vuelta de las vacaciones nos ha quitado las bolsas gratis del supermercado. Me acuerdo del rábano, de las hojas y de que a partir de ahora, para poder deshacerme de los desperdicios, tendré que comprar bolsas de basura. En el super, claro. Me pregunto si ésas, además de caras (las baratas siempre te deparan alguna que otra desagradable sorpresa en el ascensor), son biodegradables, si no tardan cientos de años en descomponerse. Porque eso no ha cambiado: los residuos orgánicos han de depositarse en el contenedor metidos en una bolsa cerrada. No sea que cobren vida, se escapen y muerdan a alguien.

No me entiendan mal. Como el que más contra el uso de los plásticos. Pero así, a palo seco, más me parece una limpieza de imagen que una medida efectiva en la dirección adecuada. ¿Y cuál es la dirección adecuada? Primero, la que nos lleve a la reducción del consumo. Dicho así, en la tesitura de crisis que padecemos, puede parecer una provocación. Y lo es. Harto estoy de escuchar que la recuperación de la confianza y el regreso a hábitos del gasto alegre abrirán la puerta de salida a la crítica situación que malvivimos. Pan para hoy, miseria para mañana y regreso a los indeseables parámetros de un neoliberalismo que, o mucho me equivoco o se está tomando esta crisis como una gripe que tarde o temprano tenía que pasar.

Y hablando de gripe. Si lo de las bolsas de la compra va a ser un negocio pintado de verde para la gran industria de la distribución, lo de las vacunas huele más que la basura en este verano caluroso que ya nos va abandonando. A veces me sabe mal ser tan desconfiado, pero me da que si antaño las crisis se resolvían con una guerra, ahora pretenden reflotar la economía a base de pandemias, como si quisieran convertir el sector farmacéutico en el nuevo motor de recuperación vendiendo vacunas hasta para las estatuas de cera. Hay algo entre religioso y obsceno en esto de la sanidad. Si antes se doblaba el espinazo delante de una sotana negra, ahora hacemos lo propio ante una bata blanca. Hostias y vacunas, el mismo placebo.

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