Antonio Álvarez-Solís periodista
«Os mortos viventes»
Alvarez-Solís toma la metáfora de los brotes verdes para repasar la verdadera situación de la economía y del sistema político actual, siempre desde la defensa de los intereses de los trabajadores, los desheredados, los pobres. Tras analizar lo falaz de los argumentos esgrimidos por mandatarios y banqueros, el periodista considera que quizá en el «temor de los poderosos a la masa trabajadora haya de entreverse el futuro», siendo éste el único brote verde del que cabe hablar.
Salen airados de sus tumbas y atacan a los vivos. No tienen otra vida que el daño a los demás. No mueren nunca a no ser que se empleen contra ellos las debidas armas. Durante el día se refugian en sus tumbas doradas por el estado y aprovechan las sombras del paro y el hambre para aterrorizar a los ciudadanos. ¿Quiénes son, realmente? Sus nombres figuran discretamente en la Reserva Federal, en los bancos centrales, en las bolsas, en el Fondo Monetario Internacional; en los partidos políticos, que les rinden homenaje en un extraño contubernio de condenados a ser ricos y poderosos.
Son ellos. Simplemente. Los brotes verdes.
¿Qué entiende los prebostes por brotes verdes? Fijemos la atención, por ejemplo, en Estados Unidos. En el ámbito económico acaban de hundirse otros tres bancos y son ya ochenta y cuatro los que han naufragado durante la crisis convertida en una mortal recesión. ¿Y qué bancos están cerrando sus puertas o entregando sus llaves a la Reserva Federal para que proceda a salvar los muebles de estas entidades? Son, en su inmensa mayoría, bancos de ámbito territorial reducido. Una banca doméstica y próxima. Precisamente los bancos de los que dependen millones de pequeñas empresas norteamericanas que, en muchos casos, esperan su consolidación del flujo crediticio de esos bancos. Y el crédito se ha cerrado para esas empresas, que en los siete años últimos han crecido en 750.000 nuevos negocios, muchos de ellos surgidos como única salida ante la catástrofe del paro, que fabrica empresarios noveles sin arraigo y sin un horizonte mínimamente prometedor, ya que tales negocios, para consolidarse, habrían de ser complementarios de la estructura granindustrial. Y la estructura granindustrial, una vez vencida por su gigantesco e insoportable peso estructural y financiero, se disuelve a su vez en empresas de más reducido alcance, con poca necesidad de colaboraciones externas. La globalización ha entrado en un proceso autofágico que trata de resolver regresando su marco de actividad a límites nacionales. Como es obvio, esta operación reductiva del tamaño de las grandes empresas, que además tampoco cuentan con el suministro de un crédito apropiado para financiar su nueva situación, trata de extraer energías de la supresión de puestos laborales o con la creación de un empleo sin consistencia ni continuidad. De ahí que la caída del consumo creativo de riqueza material esté arrastrando hacia el fondo la totalidad del planteamiento globalizador, asfixiado, repito, por una consunción de sus posibilidades de crecimiento. El gran fracaso actual no deriva de un naufragio de la economía productiva, aunque no tenga ya osatura para soportar su peso, sino, sobre todo, de la destrucción de la economía del consumo, reducida a expresiones erráticas de precios y de oferta.
Brotes verdes...? Vengamos al Estado español para observar de cerca esos brotes en cuya mención se complacen los gobernantes actuales. Seis de cada diez trabajadores en el Estado español son mileuristas; es decir, sus ingresos se mueven en torno a los mil euros mensuales, lo que convierte en ineficaz una abaratada oferta comercial que resulta asimismo inasumible para la mayoría de las familias. Más aún, esa masa de trabajadores desposeídos de poder de compra arrastran hacia la mortal deflación, negada desde el poder que se apoya en algunos datos como la bajada del precio del petróleo, lo que pesa en la elaboración numérica de la gran estadística, pero significa muy poco para la vida cotidiana de las gentes, esto es, para la cesta de la compra. Ciertamente el transporte es un factor vital para la economía, pero ¿qué transportar y a quién asignarlo? Frente a esta situación la oferta gubernamental -como la de la oposición, claro es- se centra en una anárquica dispersión de ayudas que, además de no ser gestionadas con eficacia real, difuminan cantidades importantes de dinero sin que esa masa dineraria vaya a la creación de riqueza productiva para rehacer una política de enriquecimiento de los tejidos industrial y de servicios. El dinero se disuelve en la nada, mientras las gigantescas ayudas a la banca y a la economía especulativa -que constituyen las únicas ayudas apreciables por su volumen- no se inyectan en la vida real de las empresas ni de la ciudadanía. Dinero que va a parar a «os mortos viventes».
Brotes verdes? Ni crecimiento de la economía real en mancha de aceite, como en los tiempos de la gran economía industrial del extinto liberalismo, ni cambio de la economía hacia una inversión real a través de los presupuestos públicos en servicios sanitarios, culturales o de cualquier tipo que aparte de crear empleo revistan a las masas de una cierta seguridad en su destino. El juego entre las derechas y el socialismo actual se reduce a una esgrima verbal absolutamente hueca de remedios ciertos para la agobiante situación presente, ya en una descomposición económica acelerada. Nadie en el marco institucional quiere hacer frente a la gran realidad: que la recesión no ha nacido de unas concretas prácticas inmorales, sino de la mecánica misma de la economía dineraria que opera sin otro destino que las operaciones virtuales de acumulación numérica. Esa economía es de la que echan mano los discursos de los dirigentes políticos que creen averiguar brotes prometedores surgidos entre la niebla cada vez más espesa. Pero la economía social muere cada día a manos de «os mortos viventes».
¿Brotes verdes? ¿Acaso es un brote verde que el Sr. Zapatero confíe la resurrección de la economía a iniciativas como el fomento del empleo a tiempo parcial? Tal pretensión expresa dos realidades a cual más entristecedora: que un gobierno renuncia a abordar el paro mediante la consideración del valor pleno del trabajador y que un socialista decide una vez más que sólo la reducción de la calidad humana de la existencia puede conducir a mejorar la cuenta de resultados de los empresarios que han vendido su menester industrial al ansia de especular en Bolsa. En este sentido hay que estar muy atentos al contenido de ciertos movimientos políticos que quieren aparecer como un renacimiento real de una izquierda efectiva. Así la subida electoral del partido alemán Die Linke de Oskar Lafontaine, que decidió hace años romper con el Partido Socialdemócrata Alemán para entrar en una vía franca de socialismo efectivo. Pues bien, tras una serie de coqueteos con la retórica, Die Linke ha decidido que la acción revolucionaria que se quería para tal partido acabe en una modesta mejora de pensiones, en una retorcida subida de salarios y en una humanización de las reglas que rigen el mercado neoliberal recreando la vieja fórmula del accionariado obrero que fue el fracasado invento de los años veinte del pasado siglo.
Brotes verdes? ¿Acaso consisten estos brotes en elevar la jubilación a los setenta años de edad, como proponen los ingleses, o a repetir la retórica ayuda al tercer mundo, como quiere el Sr. Berlusconi, mientras las grandes instituciones financieras asisten imperturbables al hecho de que en el sur de Asia el hambre es mayor que hace cuarenta años?
¿Brotes verdes? El G-8 los ve en signos de estabilización y de recuperación de los mercados bursátiles. Pero teme a la inestabilidad social que pueda producir la mayor flexibilización del paro, la reiterada contención salarial y la ruina de los derechos pasivos. Quizá en ese temor de los poderosos a la masa trabajadora haya de entreverse el futuro. Porque eso sí es un auténtico brote verde.