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Perfecto, pero no tanto

Mikel CHAMIZO

La de Jonathan Nott es una batuta hecha para la música contemporánea. Se nota en su gesto y en su manera de abordar las interpretaciones. “Atmósferas”, de Ligeti, fue expresada con un hedonismo que no le vino nada mal a la pieza. Su primer clímax fue de enorme belleza, y sus partes pretendidamente feas –las disonancias agudas que tanto molestaron a algunos– las supo explicar Nott como partes lógicas dentro del sencillo entramado formal de la pieza. Fue una fantástica interpretación. El Mahler, no obstante, fue algo más discutible. Hubo a quien le fascinó, pero a otros nos resultó un tanto extraño el escuchar tan claramente todos y cada uno de los detalles de la partitura. Además, la orquesta un tanto expresionista chocó a veces con un Matthias Goerne que decidió que estas “Canciones de los niños muertos” hay que expresarlas buscando el dolor en el interior de uno mismo, y no gritándolo. Pero fue, sin duda, un Mahler interesantísimo. Todo lo contrario se puede decir de la “Sinfonía” nº4 de Bruckner que ocupó la segunda parte. Parece mentira que desde el público se pueda captar tan claramente cuando a un director no le interesa o no le gusta la música que está dirigiendo. La labor de Nott fue poco menos que perfecta en el plano técnico, pero resultó casi chocante que no pusiera nada de su parte para insuflar vida a una sinfonía en la cual la parte creativa del trabajo de un director es esencial. El andante, por ejemplo, fue intepretado con una dejadez en los tempi y en la articulación que convirtió el delicado movimiento en un mamotreto algo ordinario. Un rollo, y eso que la Gustav Mahler Jugendorchester, como siempre, tocó espléndidamente.

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