Barack Obama se está jugando su futuro al frente de la Casa Blanca con su proyecto para una reforma profunda del sistema sanitario. El actual presidente parece decidido a instaurar la denominada «cobertura universal», que garantice la atención médica a todos los ciudadanos, independientemente de su estatus económico, y que modifique radicalmente la situación actual, en la que millones de personas carecen de seguro de salud y, por lo tanto, de acceso a los servicios médicos básicos. Cada año, aproximadamente 18.000 personas mueren en los Estados Unidos por carecer de una atención hospitalaria adecuada.

Sin embargo, la apuesta de Obama por la salud universal amenaza con acabar con su propia salud política. En el coro de voces que se ha alzado contra la iniciativa se pueden reconocer claramente, junto a las de los principales líderes republicanos, significados demócratas que hacen causa común en contra de una medida que consideran intervencionista y hasta «socialista» por parte del Estado. Pero, en el fondo, el peor enemigo de Obama en esta cruzada es la poderosa industria sanitaria, que ve peligrar seriamente su muy lucrativo negocio.