Reforma del sistema de salud estadounidense
Barack Obama pone en juego su prestigio y autoridad con la propuesta de reforma sanitaria
Barack Obama se está jugando la Presidencia por una reforma integral del sistema de salud que pretende llevar a cabo este año y cuyo objetivo es ofrecer a casi todos los ciudadanos el acceso a unos servicios sanitarios básicos de salud, asequibles y de gran calidad, y a la vez reducir los costos desorbitados del sistema de asistencia médica más caro e ineficiente del mundo. 46 millones de estadounidenses carecen de seguro médico.
David Brooks | «La Jornada»
El presidente estadounidense, Barack Obama, ofreció en la noche del miércoles un discurso ante una inusual sesión conjunta de las dos cámaras del Congreso, que representaba una arriesgada apuesta política con la que intentó recuperar la iniciativa en una reforma, la del sistema de salud, que se ha convertido en su principal prioridad legislativa, tras meses de estancamiento. Por eso, Obama habló no sólo a los legisladores, sino también a la población en un acto retransmitido por la televisión nacional. Y es que el presidente enfrenta un desplome en su índice de aprobación, una opinión pública cada vez más escéptica con que Washington pueda lograr algo y cierto éxito de la derecha en generar temor y confusión en el debate nacional sobre las propuestas de la reforma (a la que incluso han calificado de proyecto «socialista», con el que el Gobierno determinará quién vive y quién muere), todo lo cual amenaza con descarrilar esta iniciativa.
Al señalar que ha transcurrido casi un siglo durante el cual diferentes presidentes han buscado reformar de manera integral el sistema de salud, Obama dijo que «no soy el primer presidente que asume esta causa, pero estoy resuelto a ser el último».
Indicó que su propuesta cumple con tres metas: dar mayor «seguridad y estabilidad» a quienes ya cuentan con seguros de salud, proporcionar seguros a los que no los tienen y reducir los costes de salud para las familias, las empresas y el Gobierno.
«Somos el único país avanzado, el único país rico en el mundo que permite tales penas para sus ciudadanos», afirmó al recordar los millones de estadounidenses sin seguro sanitario y sin acceso a los servicios médicos básicos y los que están al borde del desastre financiero en caso de enfermedad.
Una vez más, subrayó que el sistema de salud y sus costes ponen en jaque no sólo el bienestar social, sino toda la economía, por lo que es urgente actuar.
Obama denunció las «tácticas de miedo» que sus opositores han empleado para hacer frente a sus propuestas, y convocó a un «debate honesto» y bipartidista. Pero, al mismo tiempo, declaró que «la hora de los juegos ha pasado. Ahora es el tiempo de la acción». Advirtió de que «no desperdiciaré tiempo con aquellos que han hecho el cálculo de que es mejor política matar este plan en lugar de mejorarlo. No me quedaré quieto mientras los intereses especiales emplean las mismas viejas tácticas para mantener las cosas exactamente como están».
Pero no se sabe si todo esto será suficiente, y muchos liberales y progresistas ya expresan su desencanto porque Obama y su equipo han cedido tanto en la negociación de la propuesta de reforma que el resultado final podría ser un triunfo casi vacío.
«Cobertura universal»
El punto más controvertido en las negociaciones de la cúpula política es el grado de intervención estatal en el gran negocio que es la salud en esta economía, con el objetivo de lograr la llamada «cobertura universal» de la población, o sea, que todos cuenten con un seguro sanitario. Los reformadores dicen querer acercar Estados Unidos al resto de los demás países desarrollados, la gran mayoría de los cuales cuentan con alguna forma de cobertura universal manejada por entidades gubernamentales.
Algo así parece casi imposible que suceda en EEUU. En su lugar, Obama propuso la otra noche una serie de medidas para obligar a las aseguradoras a otorgar servicios más accesibles a las mayorías, con condiciones legales para garantizar la cobertura y limitar sus maniobras para suspender o cambiar el tipo de cobertura, junto con mecanismos, tal vez hasta públicos, para buscar formas de ofrecer seguros a casi todo ciudadano que no puede contratarlo en el mercado privado.
El obstáculo fundamental a una reforma que se viene planteando desde hace décadas es, por un lado, que el negocio de la salud es inmensamente lucrativo y, por otro, el poder del extraordinario mito de que la participación gubernamental es casi sinónimo de «antiamericano» y de «socialismo».
El gasto nacional en salud representa 17,6% del PIB (una sexta parte de la economía), mucho más que cualquier otro estado industrializado. Per cápita, este país gasta el doble de cualquier otro estado avanzado en salud, con proyecciones de gasto nacional para este año de 2,5 billones de dólares. El lucro de este sistema es astronómico para las aseguradoras, las farmacéuticas y los hospitales privados, que están haciendo todo lo posible para limitar, si no descarrilar, toda reforma.
Pero para todos los demás, el actual sistema es cada vez más absurdo. Para la gran mayoría de estadounidenses, los costes de salud por hogar en 2007 ascendieron a 15.369 dólares de media, lo que representa casi la mitad de sus ingresos, según los centros para servicios de asistencia estatal Medicaid -para jubilados, personas con ingresos bajos y discapacitados- y Medicare -para indigentes-. Unos 72 millones de estadounidenses de menos de 65 años de edad tienen problemas para pagar sus cuentas médicas (el 60% de ellos tenía seguro médico), informa The Commonwealth Fund.
18.000 muertos cada año
El coste social es obsceno: en el país más rico del mundo, 46 millones de personas no tienen seguro médico y millones más tienen uno insuficiente, por lo que no son atendidos cuando es necesario ni como es debido. Se calcula que unas 18.000 personas mueren cada año como resultado directo de no tener seguro, según el Instituto de Medicina.
Aunque hay consenso en que la elección de Obama junto con las mayorías demócratas en ambas cámaras del Congreso ofrecen tal vez la mejor oportunidad para promover una reforma integral por primera vez en décadas, aún no está nada claro que se logrará.
La clase política, con el intenso cabildeo multimillonario de algunos de los sectores privados más poderosos del planeta, efectivos ataques de la derecha y la masiva influencia empresarial, está negociando qué tanto diluir de las propuestas de una reforma integral, incluso reduciendo al máximo la participación gubernamental.
El miércoles, senadores de ambos partidos que negocian las propuestas en la Cámara Alta sugirieron que el precio para sacar adelante la reforma es descartar la llamada «opción pública». Esa iniciativa promovida por Obama, tras sacrificar la propuesta de cobertura universal de un solo pagador (como en Canadá), propone crear una aseguradora del Gobierno que competiría con las privadas para reducir costes y garantizar un seguro mínimo para todos los estadounidense.
Ante el Congreso, Obama reiteró su preferencia por la «opción pública», pero en uno de los puntos más observados de su discurso no la situó como una condición no negociable de cara a la reforma.
En caso de sacrificarse la «opción pública», hasta revistas como «Business Week» indican que «asegurará que cualquier reforma que promueva el Congreso este año acabará ayudando en lugar de dañar a las grandes empresas aseguradoras».
Obama concluyó su discurso con un homenaje al recién fallecido senador Edward Kennedy, y recordó que él le había dicho que tal vez este año se lograría alcanzar su sueño de toda la vida, una reforma sanitaria integral con el objetivo de la cobertura universal, «la gran tarea inconclusa de este país».
EEUU tiene uno de los sistemas de salud más punteros del planeta y también uno de los más complejos, minado por derroches a gran escala y costes que no dejan de aumentar a medida que la población envejece. Aventurándose donde otros fracasaron, Barack Obama quiere sacar adelante sin demora su reforma, que costará 900.000 millones de dólares la primera década, para dar cobertura médica a los 46 millones de estadounidenses que no la tienen, pero no a los 10 millones de inmigrantes «sin papeles».
Obama dice que nadie tendrá que cambiar lo que ya tiene, en referencia a las pólizas privadas que pagan la inmensa mayoría de trabajadores y empresas. En cambio, según su plan, las aseguradoras deberán garantizar el libre acceso a todos los que quieran un seguro, sin rechazar ni discriminar a nadie por tener problemas de salud previos, ni modificar la cobertura por enfermedades imprevistas.
Más de la mitad de los estadounidenses están cubiertos por seguros proporcionados por sus empleadores, pero esto no es obligatorio y la calidad de la cobertura varía mucho. Cerca del 16% de los ciudadanos no tiene ninguna cobertura.
Para los 46 millones de personas sin cobertura, el Gobierno se compromete a crear una especie de bolsa de seguros médicos a la que individuos y empresas podrán acudir para buscar la póliza que les convenga, a precios competitivos.
En 2006, el Gobierno federal cubrió un tercio de los gastos de salud, a través de Medicare y Medicaid. Las empresas privadas, un 34%, y los particulares, el 14%. El resto, los estados y otros fondos locales o privados.
Algunos estudios cifran en un tercio o más los procedimientos médicos que en EEUU son de «beneficio dudoso». GARA